Revista Diario

Adiós bebé

Por 1maternidad_diferente
Mi querido bebé:
Me gustaría poder decirte que el amor de una madre trasciende más allá de la vida y de la muerte, pero lo único que te puedo asegurar a día de hoy es que has sido amado, querido y deseado desde el momento en que apareciste en nuestras vidas en forma de rayita en un test de embarazo.
Sé que te acercaste a nuestras vidas a principio de año, pero aquello no cuajó y sentimos como una losa caía en nuestros corazones cuando nos dijeron que ya no estabas. Luego volviste y teníamos miedo. Miedo de gritar al mundo nuestra alegría demasiado alto y que te volvieras a marchar, miedo a que algo pudiera salir mal.
Pero el amor siempre vence todos los escollos y te veía feliz nadando en mi útero. Tan feliz, que esa felicidad era contagiosa y no dudé en decirle a tus hermanos que pronto te unirías a la familia. Su cara se iluminó al saberlo, e incluso Darío, orgulloso, ya planeaba algún hermanito más para todos. Una familia de seis le parecía una buena idea.
Todos y cada uno de estos días te he amado con locura. Tengo dos hijos, un marido maravilloso, amigas que valen un potosí y una vida que muchos envidiarían, pero el deseo maternal estaba ahí. Necesitaba ser madre de nuevo, porque me lo pedía cada célula de mi cuerpo. Por eso me has colmado de alegría y de ilusión desde el primer momento.
Cuando nos dijeron que algo no iba bien, sufrimos. No porque el sueño se hubiera roto o porque hubiéramos perdido la ilusión. Tu padre y yo sufríamos por ti. Nos apenaba pensar que estuvieras pasándolo mal. Que te aferraras a la vida y a los ténues latidos de tu pequeño y cansado corazón solo por hacernos felices. Yo lloraba por las noches pensando en mi bebito enfermo, intentando hacer aún más nutritivas y amorosas las paredes de mi útero, para que dibujaran ante tus ojos cerrados el paraíso que imagino para los dos. Un prado lleno de hierba verde y de flores de intenso color rojo en el que yo te abrazo y te mezo y tú me miras sonriendo, detenidos los dos en un instante congelado de conexión.
En ese paraíso nos imaginaba hoy cuando el ginecólogo me pedía que me relajase para poder insertar la aguja con la que sacar líquido amniótico de tu bolsa. Y ha sido quizás el momento más feliz en uno de los peores días de mi vida. El día en que me han dicho que tu cuerpo se agota, que no solo tu corazón se cansa, sino también tus pulmones, tus riñones... Que esa prueba que nos estaban haciendo tan solo serviría para descartar problemas en futuros embarazos, porque tu tiempo con nosotros está ya contado.
Me consuela saber que en tan corta vida has sido amado como si hubieras vivido una vida entera. Porque aunque no sé si el amor de madre trasciende más allá de la vida y de la muerte, sí que puedo decirte que tiene una propiedad mágica y prodigiosa que es la de estar en todos sitios, en todas partes y ser infinito. Nadie podría haberte dado más amor, nadie podría haberte querido más. Por eso me siento orgullosa como madre y estoy convencida de que este amor que siento por ti no se acabará cuando ya no estés con nosotros, sino que me acompañará el resto de mi vida.
Sé también que el amor de padre es fuerte y poderoso y estoy segura de que habrá traspasado el útero todas esas noches en las que tu papá reposaba su mano sobre mi vientre, como diciéndonos que estaba ahí para los dos. Sé que también habrás podido sentir la alegría, ilusión y amor infantil de Darío y Diana, los momentos en los que acariciaban la tripita de mamá o todos los planes que hacían para ti.
No sé cómo despedirme de ti. No sé si decirte adiós o simplemente pedirte perdón. Lo que sí sé es que durante estas tres últimas semanas he luchado por seguir sintiendo mi embarazo con ilusión, por seguir sintiéndote cerca. Y he sentido que estabas ahí y que me acompañabas, aunque estos últimos días me fallará la entereza y por momentos pensara en que ya te habías marchado. He logrado hacer de estas tres semanas 20 maravillosos días normales, con risas, con alegrías y con juegos, aunque por las noches me fallaran las fuerzas.
Me he sentido fuerte porque te he podido acompañar durante estos días tratando de no abandonarme a la tristeza y el estrés. Pero siento que ya no puedo más, y siento que tengo que dejarte marchar porque, incluso por momentos, entiendo que mis propios miedos son los que te mantienen aquí conmigo hasta que yo esté preparada para dejarte ir.
Por eso te digo adiós. Te digo adiós ahora para poderte transmitir todas estas cosas. Te digo adiós porque sé que es inevitable. Te digo adiós porque prefiero decírtelo de tú a tú que tratar de hacerte llegar este mensaje cuando ya te hayas marchado. Te digo adiós ahora porque todavía encuentro una entereza y una fuerza que seguro que ya no tendré cuando sienta mi vientre solo lleno de vacío, soledad y tristeza. Adiós, bebé. Te quiero, siempre te querré.

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