Apenas hemos empezado el año y en estos días siento que heenvejecido de golpe. Os cuento…
Capítulo IEn mi casa, el salón estaba dividido en dos. Por una parte,un espacio de sofás y tele, como en casi todas las casas, y por otro lado, lasección juguetería. Es decir, la mitad del salón lo ocupaban los juguetes dePiojilla. La semana anterior se me ocurrió crear un espacio jugueteroen la habitación en la que teníamos nuestra zona “oficina” y despejar el salón.Así que Papá Conejo y yo contamos a Piojilla nuestros planes –que aceptóencantada- y trasladamos las cocinitas, cestas de juguetes y demás artilugiosinfantiles, del salón a la habitación que solíamos llamar “cuarto azul”, y nuestrosordenadores y cosas aburridas, que estaban en el cuarto azul, al salón.Cuando ya teníamos todo puesto, Piojilla nos dijo: Vale, ahora sólo falta MI CAMA.Piojilla dormía en mi habitación desde que nació. Alguna vezhabíamos hablado de que cuando “sea mayor” dormiría en una habitación propia.Pero la idea me parecía tan lejana, que cuando nos dijo que “sólo faltaba sucama”, mi primera reacción fue disuadirla. No lo logré… pero logré aplazar ladecisión para “mañana”, esperando que “mañana” se le hubiera olvidado o lohubiera pensado mejor. Mi sorpresa fue inmensa cuando, apenas levantada, lo primeroque hizo fue decirnos que ya era “mañana” y que teníamos que llevar la camita aSU habitación. Estuvo hablando horas de SU habitación, poniendo sus dibujos,sus pegatinas, trasladando cada una de sus cositas a SU habitación y dejandodesnuda la mía. Papá Conejo y yo sacamos juntos la cama de mi Piojilla. Yolloraba… no puedo explicar lo que mi corazón de madre sentía. Mi Piojillapequeña… se despedía de mí. Han pasado ya varios días desde este episodio y aunquealguna noche ha tenido algúnn sueño extraño –ella habla dormida y sueña mucho- noha aceptado volver al nido. Cada vez que llega una visita enseña con orgullo “SUhabitación” y nos dice que pondrá un letrero de “no pasar”. Yo he puesto un colchón extra en la mía, porsi alguna vez quiere venir de visita, pero todo indica que tendré que guardarlopronto. Un día los hijos se van…
Capítulo II A mediados de diciembre Piojilla nos contó emocionada que sele movía un diente. ¡¡Iba a caérsele su primer diente de leche!!! Da laimpresión de que la naturaleza te da pequeñas señales para hacerte ver que losaños pasan. Ahora estoy convencida de que los dientes de leche se caen para quelas madres miremos con ojos nuevos a nuestros “bebés”. Durante tres semanas Piojilla estuvo enseñándonos a diariolos “progresos” de su diente… un poquito más, un poquito más. Haciendo planes:Cómo ponerlo bajo la almohada, a qué hora llega el Ratón Pérez, si la monedaque deja es de 5 céntimos o de 2 euros… Tengo que decir que mis hijas no creen en Reyes Magos, nipapanoel, ni ratones mágicos. Pero les hace ilusión –y es una ilusióncompartida- poner zapatos, leche tibia, escribir cartas, jugar a que todo esreal. Lo hacemos juntos y todos participamos de esos pequeños sueños deinfancia a sabiendas de que finalmente, compraremos juntos los regalos deNavidad o que la moneda del ratón salede mi bolsillo. El saberlo, no enturbia para nada la alegría y la ansiedad dever “qué dejaron los reyes en los zapatos”. Son pequeños rituales llenos deternura infantil.Ayer, se le salió el diente en el cole. Muy precavida, fue aentregárselo a la profesora para que no se perdiera… Cuando llegué el colegio y me enseñó la boca con un dientemenos, se me llenaron los ojos de lágrimas y la abracé mucho. ¡¡Qué ilusión!! ¡Qué mayor! Ella inmediatamente fue a pedir eldiente a la profe para dármelo… La profe lo buscó en todos sus bolsillos, y contoda la pena del mundo nos confesó que se había perdido. Piojilla es muy reservada con sus emociones fuera de casa.Puede tener una rabieta muy gorda delante de todos, pero una lágrima por algocomo esto no se le escapa fuera de su habitat. Muy digna, buscó por la arenadel patio durante un rato… fuimos a recorrer los rincones de su clase, losbaños, el café… no hubo suerte. Nos fuimos a casa y en el camino ya se le escapaban laslágrimas. Cuando llegamos, se desató una pequeña tragedia. ¿Cómo consolarla? Decidimos que lo mejor era preparar una carta explicando al ratón lo sucedido. Piojilla me dictó –cualjefa- cada coma y cada frase. En su carta ponía que como seguramente lo habría cogido el ratón, ya no pondríadiente alguno debajo de la almohada. Pero que, de todas formas, esperaba undinerito a cambio. Además recalcaba que su diente, “era un diente precioso” por lo que ella pensaba que en vez de 2euros –lo prometido- el diente valía 5. Esta última “petición” me hizo sonreír de oreja a oreja… porsupuesto que llegarían los cinco euros. Aunque no tenga ni idea del valor deldinero, sí que sabe cuánto es más y cuanto es menos; ya que se había perdido eldiente, qué mínimo que reparar el disgusto. Dejó la carta sobre su mesa de noche y sedurmió. Esta mañana, el Ratón Pérez había dejado una nota y cincoeuros en el mismo lugar en el que ella había dejado su carta. Pero además, allevantar su almohada descubrió un euro más!! Seguramente Papá Conejo lo pusoallí antes de salir de casa por la mañana. No os puedo contar su emoción, ni la mía. Y ya en el cole, apenasentró en su clase la escuché que decía: ¡…Síque ha venido el ratón!
Ahora estoy sola en casa escribiendo todo esto. Con elcorazón encogido mientras lo cuento… ¡Qué mayor está ya! se ha ido de mihabitación y se le ha caído un diente. Me río yo de aquellos que dicen que “Nole cojas, que es malo; que se acostumbran”. ¡Qué poco duran los hijos a nuestrolado! Cuántos abrazos más deberíamos darles sólo por eso. Este año Piojilla comienza ya la primaria y no puedo evitarpensar que la mitad de su infancia ya se ha ido…