Ha llegado el momento. Sí, triste y alegre a la vez. Hemos pasado dieciocho años disfrutando de esta segunda vivienda que hoy ya no es nuestra. Razones varias, la distancia y otros factores que tienen que ver con la edad, han hecho que debamos dejar físicamente Kabila (así se llamaba esta finca) con tristeza pero con determinación y con los mejores recuerdos nos vamos de aquí.
Kabila ha sido nuestro reducto. A un kilómetro del Parque Natural de ‘Els Ports’ y a treinta del mar, ha sido un cobijo natural donde hemos disfrutado durante más de tres lustros de forma intermitente.
Dieciocho años. Mucho y poco tiempo. Intenso y tranquilo. Sí, un periodo importante que ha llenado la última parte de nuestras vidas. Allí, en esa Cataluña que muchos maldicen y que para nosotros ha sido un bálsamo, un verdadero descanso, un placer.De un pequeño reducto, poco a poco, fuimos creando una casa placentera, grande, con porche y con garaje. Fue una obra que ha llegado a albergar a toda la familia, hasta nueve adultos y cinco nietos. Hijos, nietos, nuera, yernos y, en otras ocasiones, amigos. Como una casa rural que hoy se convierte en recuerdo.
Ha sido mucho lo vivido, lo sentido, lo ocurrido en Kabila por Lola y por mí, durante estos años.
Hacia el norte la sierra con el Mont Caro despuntando, hacia el sureste Tortosa y más allá el Ebro y el Mediterráneo. Y dentro, en la finca: olivos, almendros, algarrobos, pinos.Un Parque Natural donde he corrido, caminado y donde he llegado a perderme, literalmente. Caminos y senderos salvajes llenos de árboles, de rocas, cuestas con un fondo de montañas con matices verdes, grises y marrones, incomparables. Montes tranquilos llenos de aire, luz, viento y sol. Donde el aroma de sierra llena el espacio. Un verdadero remanso capaz de tranquilizar al más agitado, o de hacer creer en la naturaleza al más urbanita.
Y qué decir de ese mar que se encuentra al lado de la desembocadura del Ebro. Esas playas a la derecha del río, desde la Isla de Buda hasta San Carles de la Rápita, anchas, largas y vacías, donde los arrozales te rodean durante muchos kilómetros antes de llegar. La playa de Eucaliptus, la de Trocadero y otras, tienen más de quince mil metros de arena fina y de olas manejables. Donde en pleno agosto sobra espacio para bañistas con sombrillas, niños, perros y tiendas de campaña.
Y siendo importante todo, no puedo por menos que recordar con preeminencia y cariño, mucho cariño, todas las personas que nos han acompañado en este largo viaje. Primero nombraré a mi vecina preferida, Mireia, que con su generosidad, ayuda y cariño ha sido siempre un soporte para nosotros, una amiga de verdad, con la que no tenemos sino agradecimiento por su disponibilidad constante y por esos ratos juntos, donde hemos compartido charla y alguna que otra comida.
Gracias a Mireia hemos conocido a amigos comunes y a su familia, así como a un personaje digno de mención principal. Me refiero a Musta, marroquí que nos ha ayudado a podar y limpiar la finca en alguna ocasión y que junto a su familia nos invitó hace días a una cena de despedida digna de un magnate. Menudo cuscús, una maravilla junto a una buena ensalada y a un postre gratificante.
Qué historia la de Musta, que cruzó en los bajos de una camioneta el Mediterráneo, para llegar a Almería, hace ya dieciséis años. Le costó más de mucho tiempo conseguir los papeles de residencia, hoy casado y con dos niñas, es un trabajador a tiempo totalísimo pero que ve cómo ha conseguido tener una vida mejor que la que le regaló su nacimiento.
Ha habido otros amigos conocidos aquí a los que nos gustaría dar las gracias, Agustí, el paleta que fue haciendo la casa, a nuestra medida, durante años. Ándres, el fontanero y electricista, un profesional como la copa de un pino que se ha convertido en un amigo querido y no sólo por su oficio. Y Xesca, la escritora de la zona, que nos ha regalado más de uno de sus libros y con la que hemos compartido más de una comida junto a los Pekos.
Qué decir de mis queridos amigos los Pekos, por los que descubrí esta tierra donde ellos vivian ya hacía años. Fueron una de las causas por las que vinimos, quizá la más importante, y sin ellos no se podría explicar nuestra estancia en estas tierras. El Peko trabajó conmigo durante muchos años y luego prejubilado se vino aquí. Años después llegamos nosotros, y ellos fueron nuestra guía. Gracias a su conocimiento de la zona, nos llevaron a pueblos, playas, lugares del Baix Ebre, y nos presentaron a gente local. Gracias a ellos, hemos conocido restaurantes, bares , paisajes y zonas de Tortosa y alrededores. A ellos se unen sus hermanos, Pepe ‘Tomba’ y Carmina. Con los cuatro hemos comido, hemos ido de excursión, hemos reído y penado, hemos pasado días memorables. Por recordar algunos acontecimientos: las reuniones en alguna de nuestras fincas para comer calçots o para celebrar algún cumpleaños. Nuestras risas, en más de una ocasión, por ejemplo cenando en ‘Torrente’, han dejado huella en Tortosa. Sólo hay una palabra que pueda expresarlo: inolvidable.
Aquí, a Kabila, han venido amigos a disfrutar de este paisaje, de esta zona junto a nosotros. ¡Y qué bien lo hemos pasado! Gemma y Paco, Roberto y Montse, Pepe y Maite, Santi y Herminia, Manolo y Naci, José Manuel y Mercedes o Carmen Lacambra, entre otros. Este sitio ha sido un punto de descanso para nuestra gente.
Ahora toca hablar de la familia. Todos nuestros hijos y nuestros nietos han pasado tiempo en Kabila. Es más, para mi hijo mayor y su familia, éste ha sido el lugar de sus vacaciones, durante casi todos los años, han disfrutado y han vivido en este entorno con placer. Sé cuánto sienten no poder volver, pero seguro que les quedarán recuerdos perdurables.
Con hijos, nietos y demás familia hemos pasado momentos gratificantes, anécdotas únicas. Recordaremos siempre a todos cuando estaban en Kabila. El encuentro de Lucía con dos años, al conocer al Peko. Una carrera con mi nieta mayor Paula. Los entrenamientos con Aída y Carmen, las excursiones con Curro y Javi a Els Estrets, Horta de Sant Joan y Valderrobres. Las comidas y cenas de verano de Fale, Vane y los niños, Fran con un chichón de mucho cuidado hecho en las escaleras, días de playa con Carmen, Alba y los demás. En fin, recuerdos que permanecen y permanecerán como fotos imborrables.
Además, han pasado por aquí otros miembros de la familia. Mis cuñadas Antonia y Quica, mi hermana Aurora con José Mari, y los sobrinos Gloria, Dani y Manolo con sus familias.
No quiero olvidarme de Rosendo, mi querido cuñado que pasó con nosotros mucho tiempo, durante varios años, y con el que hemos convivido con gusto y tranquilidad, y compartiendo su buen humor.
Y esto es todo. Mejor diría que es una pequeña parte, porque es difícil explicar en mil palabras todo lo vivido y sentido durante dieciocho años. Hoy, recordando este tiempo, siento añoranza. Es mucho tiempo de disfrute, pero sin embargo sé que ha pasado el tiempo de Kabila y que hay que mirar adelante. Llevaré a Kabila siempre dentro, pero desde Rivas. Gracias a todos los que han compartido con nosotros este viaje, porque todos han contribuido a hacernos la vida mejor.
Salud y República