Foto: PP de Madrid
LA INTERVENCIÓN DE Esperanza Aguirre ante el plenario del XVI Congreso regional del PP de Madrid tenía todo el aspecto de una despedida. El aire de un fin de ciclo y el arranque de una etapa nueva tras 12 años de aguirrismo. El paso de una política muy conservadora, sin tutelas y sin complejos, a un tiempo nuevo con una apariencia menos conservadora y con unas posiciones supuestamente más avanzadas.Y esto es bien curioso y paradójico. El partido es el mismo, muchos de sus cargos públicos proceden de la época de Aguirre, la propia Cristina Cifuentes ha convivido políticamente con ella y ha formado parte del organigrama de la dirección del PP regional y, sin embargo, la presidenta madrileña goza, en general, de mayores simpatías mediáticas que su antecesora. Al menos, en un espectro más amplio.La radicalidad de Aguirre parece cosa del pasado y lo que está bien visto ahora es la corrección política. Ya le pasó antes en la disputa interna con Gallardón. El entonces presidente regional y luego alcalde de la capital tenía ‘buena prensa’ en determinados sectores al margen de los que lo son propios a su partido, y sin embargo Aguirre era vista por muchos como una genuina representante del sector más a la derecha.En política las apariencias cuentan y mucho, pero tan del PP era Gallardón, por mucho ‘verso suelto’ que simulara ser, como Aguirre con todo su radicalismo, como Cifuentes con su talante más “moderno y conciliador”. Lo que es a todas luces evidente es que la presidenta madrileña se ha convertido en una de las figuras en alza del PP nacional y que, como Rajoy no se eternizará en Moncloa o en Génova, aunque a veces lo parezca, Cifuentes está llamada a dar mucho que hablar.Pero volvamos a Aguirre. No resulta fácil saber si sus lágrimas de este viernes eran de agradecimiento, frustración o pura impotencia. No es una persona que se emocione fácilmente en público y la prolongada ovación del plenario bien pudiera entenderse como un mensaje de cariño y apoyo, posiblemente, cuando más lo necesita. No debe ser fácil llevar a sus espaldas una mochila tan pesada. Con Francisco Granadosenviándole cartas desde la cárcel (“Absolutamente nada se hacía sin que tú lo ordenaras”. “Prácticamente todo lo que sé de política lo aprendí de ti”), y con las investigaciones de los casos Gürtel y Púnica en plena ebullición.Cuatro minutos de aplausos por parte de los afiliados, que la ovacionaron puestos en pie, que contrastan, y de qué manera, con la escueta despedida que le tributó Mariano Rajoy. ¿Tendrá algo que ver ese escaso entusiasmo de Rajoy hacia Aguirre con esos “viejos asuntos”? ¿O se está curando en salud el presidente del Gobierno, como una especie de actitud preventiva tras haber puesto la mano en el fuego por Camps o Barberá?La batalla congresual, en todo caso, no ha sido más que un simulacro muy bien organizado. El aparato siempre gana, suele decirse, y este caso no ha sido una excepción. Luis Asúa nunca tuvo posibilidades reales de poner en un aprieto a Cifuentes y el único duelo con visos de merecer tal calificativo hubiera sido el que eventualmente hubiera podido tener la presidenta madrileña con el número dos de Aguirre en el Ayuntamiento de Madrid, Íñigo Henríquez de Luna. Pero entre que el portavoz adjunto del PP consideró que no se daban las circunstancias para que la pelea fuera en buena lid y, lo más importante, al no contar con el apoyo expreso de Aguirre, cualquier intento estaba condenado al fracaso.En caso de que Henríquez de Luna se hubiese presentado y, previsiblemente, hubiera perdido, no es difícil imaginar el titular: “Cifuentes derrota al candidato de Aguirre”. O “Cifuentes entierra al aguirrismo”. Y la portavoz municipal del PP que ya tiene mucho oficio en esto de la estrategia política lo ha evitado porque estaba en su mano poder hacerlo.El congreso de la entronización de Cifuentes nos deja, además, una sorpresa con la que casi nadie contaba. La presidenta se rodea, como es obvio, de un núcleo duro de su máxima confianza (Ángel Garrido, Jaime González Taboada, Pedro Rollán, Isabel Díaz Ayuso o Engracia Hidalgo), pero hace un guiño a la unidad integrando a dos de los puntales de Aguirre en el Ayuntamiento: Henríquez de Luna y José Luis Martínez Almeida, dos de las personas más cercanas a la portavoz municipal del PP.¿Y ahora qué, señora Aguirre? “Puedes estar satisfecha de lo hecho y de lo que vas a hacer en el futuro”, le dijo lacónica y misteriosamente el presidente del Gobierno este viernes. Y esto me da pie para una última reflexión.Esperanza Aguirre corre el riesgo de convertirse en una especie de jarrón chino. Un objeto muy valioso que nadie sabe qué hacer con él ni dónde colocar. La cuestión ahora es que, tal vez, por primera vez en los últimos tiempos su futuro no dependa ella. Dicen que una retirada a tiempo es una victoria pero, conociéndola, no es de las que se da fácilmente por vencida. Todavía es pronto, pero a no mucho tardar, Rajoy tendrá que ir pensando en resolver el nombre de la candidata, o candidato, al Ayuntamiento de Madrid. Amortizada o no, sufriendo como un alma en pena el sambenito de la corrupción, sea como fuere, Aguirre seguirá estando en las quinielas. Claro que ya no está tan fuerte como en sus mejores tiempos y a poco que haya algún nuevo revés judicial que vuelva a cuestionar su gestión anterior, o salte alguna chispa en forma de imprevisto, necesitará algo más que la legendaria buena suerte que le ha acompañado para mantenerse a flote. Ella no es de las que tiran la toalla con facilidad. Y en verdad, no me la imagino alejada del foco mediático para ocuparse del cuidado de sus nietos. Estará en política mientras viva. De una u otra forma. Bien es cierto, que tendrá que reinventarse si no quiere perecer o resultar irrelevante. He ahí el dilema.