Revista Opinión

Adiós, Maureen

Publicado el 24 octubre 2015 por Ildefonso67

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El tiempo, ese concepto inventado por nosotros, nos aplasta con piedad.

Hoy he encendido el ordenador y he sabido que te has marchado, Maureen. Tenías 95 años, es verdad. Pero se me ha muerto mi tía Maureen, mi hermana Maureen, mi novia Maureen, y a mí las matemáticas nunca me han gustado. Sólo sé que ya no estás. Porque, ¿qué es la aritmética en el amor eterno?

Si no amas el cine (o la vida, que viene a ser lo mismo), hoy será un día cualquiera para ti. Lo entiendo, ella era ya desde hace décadas un nombre olvidado, unas letras en los libros de historia del cine, un fantasma de celuloide que ya pensabas desaparecido, en el caso de que quizás hubieras oído hablar de ella. O en el supuesto de que tal vez hubieras visto alguna de sus películas.

Hace ya quince años, en un viaje por Irlanda, me alojé en un hermoso bed and breakfast en el mismo pueblo donde se rodó The Quiet Man, mi película favorita, donde ella brilló como nunca con su amigo John Wayne, el Duque.

La propietaria del alojamiento, una madre irlandesa, pelirroja como Maureen, nos contó que un día alguien la llamó para reservar una habitación a nombre de Miss O’Hara. La familia, incrédula, esperó durante horas su llegada, asomada al ventanal del porche, por si de verdad se producía el milagro. Finalmente, ella descendió de un coche, oculta tras unas gafas de sol, con su melena de fuego recogida bajo un pañuelo.

El hombre tranquilo

Esa noche vio con ellos The Quiet Man en el mismo salón donde aquel día estuve yo, en ese acogedor alojamiento situado a las afueras del pequeño pueblo del oeste irlandés donde, casi siete décadas después, todavía se puede respirar la impronta que dejó en sus calles el rodaje de ese monumento del séptimo arte.

Me dijeron que allí la olvidada estrella del viejo Hollywood se emocionó evocando conmovida el rodaje de las escenas que contemplaba con aquellos desconocidos que la alojaban, medio siglo después después de sus día de gloria. Luego supe que Maureen todavía por entonces iba de vez en cuando por allí,  y que compartía con frecuencia sus recuerdos de aquellas semanas del verano del 51 en las que Sean Thornton y Mary Kate Danaher vivieron el más tormentoso y ardiente amor que jamás filmara la cámara de John Ford.

Hoy, Maureen, te has ido, en este sábado de otoño. Tú eras la última. Espero que ya estés con Duke, con Jack Ford, con Victor, con Barry y el resto de la pandilla, tomándote la penúltima pinta de Guinness en el Cohan’s a la salud de todos los desgraciados que todavía penamos por aquí, y a los que nos queda el consuelo de volver a verte en ‘El hombre tranquilo’, como yo haré esta tarde.

Que nadie se entere, Maureen, pero en el día de tu partida te juro otra vez amor eterno. De eso iba el cine, ¿no?


Adiós, Maureen

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