Según empiezo a escribir estas líneas, estoy todavía rota de pena y dolor, pero al menos el golpe inicial más duro ha pasado y creo que puedo teclear y hacer memoria sin hundirme del todo e incluso sacarme alguna sonrisa con los recuerdos que quiero poner aquí por escrito para mi yo del futuro, cuando lo necesite.
En algún momento del invierno de 2019-2020 conseguí que fuese entrando poco a poco en casa. Claro, para eso teníamos que encerrar a los chuchos del pasillo hacia los dormitorios. Al principio ponía un puf en el hall de entrada. Recuerdo que me sentaba con ella con una manta y veía desde ahí capítulos de Supernatural. No duró mucho la cosa y acabó descubriendo que los sofás eran más cómodos. Y menos mal, porque acababa cuadrada yo ahí sentada. Y desde entonces la rutina quedó establecida: por las tardes tomaba una "merienda" en la jardinera, por las noches entraba después de que cenásemos y hasta que nos acostábamos. Comía, dormía, jugaba y al menos esas horas (unas pocas, que tenemos un horario peculiar en mi casa), estaba tranquila y bien.Misu siempre pedía su comida en la puerta de la cocina, sentada y maullando con más o menos insistencia, pero nunca saltó a la encimera a robar nada de los platos. En todas las navidades que pasó dentro de casa, nunca hizo por acercarse al árbol o al belén. Tampoco intentó atacar a nuestro canario, una vez que la regañamos para que dejase de observarlo, se olvidó de él. Fue una gata maravillosa.Su nombre, por cierto, salió como abreviatura de "Miss Yuna", pues en el FF X-2 al que estuve rejugando, un personaje lo pronunciaba casi como "Michuna", de ahí vino la asociación de ideas. Y es que era toda una señorita elegante y cariñosa.Por supuesto, soy consciente que esa situación no era lo ideal. En verano no había problema, pero en invierno nos daba pena cuando tenía que irse por las noches. Al menos vivo en el Sur, en Málaga, y muy cerca del mar, así que los inviernos son suaves. Y los pocos días de lluvia que tenemos por aquí esperábamos hasta que escampaba un rato, aunque a veces eso nos hacía acostarnos a las tantas. Pero no había mucho más que pudiésemos hacer o, al menos, no se nos ocurrían alternativas mejores.Siempre pensé que, por edad, Bruno fallecería antes que ella, pues ya va camino de 14 años, y entonces la podríamos adoptar del todo. Y si no, si ella daba alguna muestra de estar mala, la podríamos llevar al veterinario. Estando buena, rápida, joven y fuerte como era, dudo que la hubiésemos podido meter en un transportín. Además, su hora de aparecer era por las tardes, cuando ya la clínica cierra... No sé si todo esto que digo no son más que tristes y patéticas excusas que yo misma me pongo. Siempre voy a tener la espina clavada de si no podríamos haberlo hecho de otra manera. ¿Si al principio del todo no le hubiese dado jamón, habría encontrado por la urbanización una familia que la pudiese acoger en condiciones? ¿No habríamos podido conseguir que Bruno la aceptase de alguna forma? No puedo evitar darle vueltas a esto.Claro que no contaba con la forma tan rápida en que se ha ido. Desde el pasado junio, he estado trabajando en un pueblo de Jaén. Hasta ahora, casi todos los fines de semana he ido y vuelto, son unas dos horas de camino. Termino el viernes, vuelvo al piso que he alquilado (menos mal que ahí son baratos los alquileres), almuerzo, descanso una breve siesta, limpio un poco, empaqueto lo que tengo que llevar y cojo el coche para llegar a casa a la hora de cenar. El sábado y domingo por la mañana hago compras, algunas tareas aquí para ayudar a mis padres, adelanto algo del trabajo, y salgo de vuelta para Jaén para estar allí con el tiempo de sacar las cosas del coche, ordenar, ducharme, cenary acostarme. Un ritmo bastante frenético de poco descanso que se ha terminado ahora, a mediados de diciembre. El último sábado que la vi todo fue normal con mi Misu. Merendó y después pasó la noche en casa. Se durmió encima mía, como siempre, mientras yo también cabeceaba en el sofá. Me dormí y no llegué a verla irse, algo habitual en esta racha que he tenido. Qué horror es pensar a toro pasado en lo poco significativo o destacado que es la última vez que estás con ese ser querido que ya no vuelves a ver. Y es que los domingos no solía verla en estos meses porque pillo carretera antes de su hora de merienda. Lo que ahora maldigo el no haber esperado a verla, el no haberla llamado... No haberme despedido.Según me contó mi madre a la noche de ese domingo, la llamada que siempre nos hacemos antes de irme a dormir, vino a merendar, pero aún no había aparecido. Me dormí sin darle importancia, a veces venía más tarde. Pero a la tarde del lunes, me dijo que no llegó a aparecer en toda la noche. Tampoco en todo el lunes. Y tampoco en todo el martes. Me fui a dormir temiendo ya lo peor y con la incertidumbre de que, igual que nunca supimos de dónde salió, tampoco sabríamos lo que habría sido de ella. Y con el extra de miedo por la alerta roja que había en la provincia para el día siguiente. No fue así. De madrugada del martes al miércolesme llamó mi madre. Había aparecido muy malita y gracias a un vecino que no conozco (y bendito sea) pudieron llevarla al veterinario de urgencias. La última noticia que me dio más tarde fue optimista y pude dormir. La primera que recibí por la mañana fue casi definitiva. Para la tarde se confirmaba lo peor: no reaccionaba a ningún tratamiento y estaba sufriendo. Tuve que dar el permiso para que le pusieran fin a su dolor. Desde la distancia y sola. Ni siquiera podía coger el coche y darme un viaje rápido de vuelta en plena alerta roja para poder estar con ella y despedirme. Y si yo lo pasé mal, mi madre no se quedó atrás. No solo por haberla visto mal, sino porque al no estar yo por aquí, era su compañía nocturna. La verdad es que nos ha hecho polvo a las dos. ¿Cómo demonios se pudo poner tan mal entre el domingo por la noche y el martes? ¿Dónde estuvo que no acudió a las llamadas de mi madre que podría haberla ayudado? Sólo nos queda el pequeño consuelo de que mi madre le pudo dar un beso, la pudo coger, darle ánimos y se hizo todo lo que se pudo por salvarla. Eso debería servir de algo, pero ahora mismo, no me alivia nada.Han sido unos seis años muy bonitos con ella. Momentos de infarto cuando creíamos que Bruno la podía pillar, momentos de risas con sus juegos y, sobre todo, momentos de mucha ternura, porque ha sido una gata buenísima, tranquila y mimosa. Muchas gracias por todo lo bonito que nos has dado y perdónanos por no haber podido hacerlo de otra manera. Siempre estarás con nosotros, Misu.