Revista Cultura y Ocio

Adiós princesa

Publicado el 21 octubre 2014 por Charo
ADIÓS PRINCESA
Te levantas sin que suene el despertador. Has tenido una noche agitada. Tus sueños han estado plagados de grandes masas de agua en movimiento que se desplazaban arrasando con todo lo que encontraban a su paso: coches, camiones, casas, árboles...un agua de color marrón que se tornaba rojiza en algunos momentos. Tú estabas en un sitio elevado, seguro, grabándolo todo y disfrutando del poder de la naturaleza desatada.   Estás inquieto, deseas que llegue el momento cuanto antes. No puedes dejar de pensar en ella. Debes prepararte para ese momento, todo debe salir a la perfección, no podrías perdonarte ningún fallo. Desayunas. Haces tus ejercicios de musculación. Tienes que mantener tu cuerpo perfecto, sin un gramo de grasa, todo músculo. Haces tres series de quince de cada ejercicio: bíceps, tríceps, hombros, pectorales...te miras en el espejo mientras lo haces. Te gusta tu cuerpo, a las mujeres también les gusta. Notas sus miradas de admiración cuando te ven con las camisetas ajustadas que sueles usar. A ella también le gustarás, seguro. Piensas en ella, en sus grandes ojos negros, en su piel blanca, tan diferente de la tuya, en su pelo negro. Una erección pugna por llegar al culmen, intentas rebajarla, haces ejercicios de respiración, quieres reservarte para después, para cuando llegue el momento deseado. Te metes en la ducha. El agua helada cae sobre tu cabeza y sobre tu miembro erecto. Poco a poco vuelve a su posición de reposo. Te enjabonas y cortas el agua de la ducha. Despacio, deleitándote en el proceso, deslizas la maquinilla de afeitar por todo tu cuerpo excepto por tu cabeza. No soportas el vello corporal, es sucio. Vuelves a dar el agua de la ducha y observas cómo la espuma desaparece por el desagüe. Cuando acabas te embadurnas con aceite Johnsons, contemplas cómo  resbalan las gotitas por tu piel morena antes de absorberlas con la toalla. Imaginas el contraste de tu piel con la suya, blanco y marrón, como la nocilla que te daba tu madre para merendar cuando eras niño. A ti te gustaba poner en el pan un trozo blanco, en el otro lado un trozo marrón, y en el centro lo mezclabas todo. Te parece una bonita alegoría de lo que vas a hacer con ella. ¡Es tan hermoso! La emoción te embarga. ¿Qué estará haciendo en este momento? ¿En qué pensará? No sabe que vas a ir a buscarla, es una sorpresa. Cuando te vea se pondrá un poco nerviosa, es la primera vez, pero tú la ayudarás a relajarse y luego todo será perfecto, tal y como lo has imaginado y como ha sucedido otras veces. Te vistes despacio, pantalón negro y camiseta blanca. Te pones gomina en el pelo pero no te perfumas, no te gusta esconder el olor corporal. Miras el reloj, tienes que cruzar toda la ciudad pero tienes tiempo de sobra. Te gusta hacer las cosas despacio, disfrutarlas, regodearte, deleitarte.   En el coche vas escuchando la radio mientras recorres la avenida de La Constitución, no hay pistas sobre el pederasta de ciudad lineal, el miedo se está apoderando de la población del barrio, la policía dobla sus efectivos dedicados al caso...y bla ,bla bla. Llegas a tu destino, aparcas a unos cien metros de la puerta de acceso. Te colocas las gafas de sol y te sientas en un banco a esperar que llegue la hora. Faltan cinco minutos para que salga. Se te hacen eternos. Una sirena empieza a sonar y se oyen las voces de los niños que salen en tropel.  Las mamás y los papás recogen a sus retoños. Ella siempre sale de las últimas, sola, y espera a que venga su madre a recogerla un poquito más tarde. Hoy la recogerás tú. Le dirás que su madre ha tenido un accidente, que eres policía y que la llevarás al hospital. Le enseñaras la placa falsa y le sonreirás, con eso bastará.    Ya la ves, se ha quitado el suéter verde y se ha quedado con el polo blanco. La falda tableada azul marino deja ver sus rodillas llenas de postillas. Lleva un calcetín subido y otro bajado. Es una delicia.    Una mano cae sobre tu hombro cuando te vas a levantar. Te sobresaltas y vuelves la cabeza con rapidez. Al principio no reconoces a la persona que tienes delante y que ríe estrepitosamente ¡Coño, Márquez! ¿Qué haces tú por aquí, tan lejos de tu barrio? ¡Qué casualidad! ¿Cuánto hacía que no nos veíamos, diez, doce años? ¡Joder, qué casualidad! ¡Venga, vamos a tomar una caña! ¡Yo tampoco suelo venir nunca por aquí! Y sigue hablando sin dejarte apenas meter baza, como cuando érais pequeños, siempre con su verborrea absorbente. Le sonríes y le palmeas la espalda mientras con el rabillo del ojo ves a tu princesa, a tu muñequita de porcelana allí sola, esperando, y le dices adiós para siempre, porque la próxima vez tendrás que cambiar de zona.

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