No quisiera yo que me excomulgaran o que me mandaran a mí con mi blog, recién cumplido su primer año de vida, al infierno derechita y sin posibilidad de redención. Que quizá hablar de la Iglesia no sea de lo que más nos gusta en España, pero es que se ganan a pulso, día a día, que pensemos que se ha quedado tan obsoleta que es más acto de fe creer en obispos, papas y la Institución en general, que en el propio Dios.
Pero la actualidad me obliga y hoy la Iglesia es noticia porque Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal y Arzobispo de Madrid, va a ser sustituido y ayer, en su último discurso, criticó a la clase política y a la falta de identidad del país, entre otras perlas a las que nos tiene acostumbrados.
Yo siempre he sido de las que “cada uno que crea en lo que quiera“. Igual de respetable es quien se declara católico apostólico y romano, que quien se define ateo y agnóstico con orgullo. Y es cierto lo que he dicho antes de que, para mí, es más difícil creer en la Iglesia que en Dios. Cuestiones de fe, supongo, creo que no se ha sabido adaptar a los tiempos (aunque ahora el nuevo Papa parece que quier reconciliarse con sus fieles, a no ser que sea puro marketing) y que por eso, si hay algo con lo que muchos creyentes pueden estar descontentos, es con la Iglesia.
Y es que la Iglesia también es una forma de hacer política (aunque no debería ser así). Y ayer Rouco, a parte de no hacer autocrítica (como tampoco la hacen nuestros políticos), dijo que España necesita una “nueva evangelización”, pero quizá, antes de empezar a evangelizar hasta al primero que cruce la calle, la Iglesia debería plantearse algunas cuestiones como esa manía de tomar partido en la vida política de un país (como si los políticos no tuvieran ya bastantes lobbys que deciden por ellos detrás), tratar por igual a todos los hijos de Dios sean gays, heterosexuales, divorciados o se declaren ateos; velar por aquellos que más lo necesitan, dejar de criticar los anticonceptivos, dejar de creer que el poder civil ha de estar por dejabo del poder eclesiástico, predicar el amor que, se supone, Dios nos tiene y dejarse de dardos envenenados y de declaraciones sin ningún sentido que sólo hacen daño y siembran polémicas y, por supuesto, hacer un poco de autocrítica y entonar el meaculpa de manera pública, por los daños que, algunas decisiones y acciones, en todos los niveles de la Iglesia, se hayan podido producir.
Porque a veces rezarse cuatro Padres Nuestros y dos Ave Marías, no es suficiente para quedar en paz. Porque quizá, hay que estar más comprometidos con la sociedad al completo y sin excepción.
Crean o no crean en tu palabra ni en la palabra que predicas.
Adiós Rouco. Tanta paz lleves como descanso dejas.
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