Si las revueltas de El Aaiún hubieran sido instigadas por los servicios secretos españoles el gobierno Zapatero le habría devuelto a Mohamed VI la presión que está ejerciendo sobre Ceuta y Melilla.
Con acciones de neutralización se resuelven muchos conflictos internacionales. Pero el buenismo zapateril seguramente es incapaz de pensar que el CNI puede organizar motines de saharauis para asustar al rey marroquí y hacerle pensar sobre sus propias limitaciones.
Con lo que Rabat recordaría el dicho de que los bomberos no deben pisarse las mangueras, cuando España y Marruecos sufren fuegos comunes que deben extinguir colaborando sin reticencias ni provocaciones territoriales.
El principal peligro es el del crecimiento del islamismo violento y de las franquicias de Al-Qaeda en el África musulmana, especialmente en las áreas saharianas. Y su sistema de propaganda, para inquietud española, se llama Al-Ándalus.
Al-Qaeda trata de derrocar los regímenes del Magreb. No lo ha conseguido aún por la contundencia del ejército argelino, y por una actuación más sutil aunque igualmente eficaz de Marruecos y Túnez. Pero sigue su asedio.
Otros elementos de cooperación hispano-marroquí están en la inmigración subsahariana, el comercio y las inversiones: España necesita a Mohamed VI para evitar una invasión incontrolable de africanos, y para Marruecos España es país inversor y vía necesaria hacia Europa.
La revuelta posiblemente se debe sólo al rechazo de la mayoría de los 270.000 saharauis a la ocupación con excedentes de los 32 millones de marroquíes, del Sahara Occidental, rico en materias primas. En todo este conflicto los saharauis siempre perderán.
España está muy lejos y los necesita menos que a Marruecos. Les dice adiós con su neutralidad en esta revuelta.
El riesgo es que muchos saharauis se entreguen al islamismo radical, y entonces todos estaríamos en peligro.