Aunque climatológicamente hablando el verano finaliza por San Mateo, las vacaciones han llegado a su fin y el nuevo curso 2016-17 arranca todavía con ecos del anterior, que no está tan lejos pero parece un mundo. Musicalmente la temporada arranca este domingo con la Ópera en Oviedo y la OSPA en el foso, como es costumbre local, esta vez con el estreno en España de Mazepa (Tchaikovski), y que intentaremos contar desde aquí en la medida del bolsillo, pero sobre todo tras una escapada suiza donde hubo mucho y bueno.
Como escribía mi querido danés "Viajar es vivir" y sigue siendo de mis "adagios" que esta vez me llevaron a zonas de Suiza aún desconocidas. Si hubiera que resumir este periplo de agosto bien cabrían palabras como verde, agua, montañas, bicicletas, y por supuesto quesos, salchichas, cerveza más multiculturalidad, no mucha emigración y ésta con trabajadores en un país con moneda propia (el franco suizo) y una historia reciente de neutralidad con secretos bancarios que parecen ir rompiéndose.
Sin música en vivo suelo visitar iglesias con sus órganos, edificios emblemáticos, museos, y por supuesto disfrutar de la gastronomía autóctona además de callejear, unas veces sin rumbo fijo, mezclándose con el paisaje y el paisanaje, otras buscando sitios concretos, pero con el factor sorpresa siempre presente.
La primera parada en Zürich donde estuvimos en un apartamento a un paso de la estación de tren y al lado de uno de los mejores miradores de la zona vieja (Lindenhof), nos dejó imágenes impensables como las de su universidad, la más grande del país con un edificio que además de albergar distintos museos, tiene réplicas de griegas, romanas o egipcias, paseos por el lago, caminatas varias que nos llevaron incluso a la sede de Google, o una buena raclette en el Hotel Adler, y por supuesto dos edificios que son santo y seña de la actividad musical:
La ópera y el Tonhalle, uno a cada lado del lago y verdaderos templos de la lírica y la música sinfónica. La primera no tenía funciones esos días y la segunda acogía un encuentro de música folklórica, pero pudiendo admirar un edificio ampliado que combina épocas sin problemas.
Una de las calles que circundan la Tonhalle lleva el nombre del genio de Bonn, y no pude resistir la tentación de la foto con la placa.
De las iglesias me quedo con la reformista de Fraumünster con vidrieras de Chagall o Augusto Giacometti, tío del más famoso Alberto, y la protestante de Grossmünster, todas con conciertos de órgano programados, aunque no coincidieron con mis fechas. Tampoco está mal pasear por las zonas comerciales que albergan todas las firmas famosas de relojes, ropa o automóviles.
La segunda parada sería St. Gallen, para los músicos una parte de la historia con su famosa abadía originaria de la primera escritura musical neumática, hoy solo facsímiles, también de la cerveza, pero sobre todo con el encanto de una biblioteca barroca, y por supuesto su catedral en cuyo órgano había estado unos días antes el guipuzcoano Esteban Elizondo dentro de un ciclo habitual en cualquier templo que se precie, y la catedral barroca es parte de las giras de los mejores organistas mundiales.
Pero el verdadero "campanazo" resultó asistir en vivo a un estreno mundial el 21 de agosto desde la atalaya privilegiada del hospital y residencia geriátrica (hay que ir tomando nota), puede que acústicamente no tan bien ubicado como los miles de "peregrinos" que ocupaban las montañas cercanas, un original proyecto titulado Zusammenklang, capaz de unir tradición al hacer sonar las 118 campanas de las 29 iglesiss de la zona, con tecnología mediante dispositivos móviles que hicieron posible ejecutar la composición de la rusa Natalija Marchenkova, afincada en esta bella ciudad, y el compositor local Karl Schimke, tuba de la sinfónica de St. Gallen.
Tuve el humor de grabar el audio, al menos para recordar una experiencia única y que conociendo la complejidad del mecanismo así como todo el proyecto, solo puede darme una idea aproximada de lo que realmente sucedió. Presumir de haber estado "in situ" no tiene precio, y más por el sitio que respiraba paz y sosiego.
St. Gallen tiene unos alrededores como la reserva natural del "Wildpark Peter und Paul" desde donde se puede divisar el Lago Constanza, familias al completo y animales en cautividad, escapada cercana al centro, y un poco más lejos llegar a la zona de Ebenalp, tomar un teleférico y realizar la actividad por antonomasia de los suizos, caminar por unas montañas cuidadas y listas para ser fotografiadas como si de una postal se tratase, incluso visitando cuevas prehistóricas. Uno de los restaurantes más curiosos supone una caminata que hace pensar en los trabajadores del mismo y en llenar sus neveras, no solo de su cerveza típica, pero la experiencia es inolvidable.
La ciudad de Chur (o Coira), considerada como la más antigua de los Alpes, es acogedora, coqueta, diría que casi familiar, tan cercana como el piso que nos acogió en algo tan habitual como los Bed and Breakfast, y la Catedral de Santa María de la Asunción en lo alto, que alberga una cripta que me recordó nuestra Cámara Santa asturiana por el apostolado, así como un moderno órgano.
Pero el protagonista resultó el Bündner Kunstmuseum y su ampliación adyacente, un hermoso edificio recién estrenado el pasado mes de junio a cargo del estudio de los arquitectos Barozzi - Veiga, un tándem ítalo-gallego en Barcelona que también está ligado al danés Andersen en su Odense natal y al centro de arte gijonés, con una belleza única en su diseño, albergando una exposición de la familia Giacometti, por supuesto también Alberto, "Solo Walks" así como otros artistas ligados a esta ciudad de Chur, perfecta conjunción en línea con las obras que exhibe.
Siguiendo por esta zona la mayor parada estuvo en Sankt Moritz como cuartel general, aunque también nos llevaron esos trenes orgullo helvético hasta Tirano (Italia). La subida alpina en el más lento del mundo es impresionante: glaciares, ríos, lagos, cientos de tonos de verde a bordo del panorámico Bernina Express en un viaje de cuatro horas que merece la pena hacerse.
Y el fin del trayecto en suelo lombardo donde se paga en euros, hablamos italiano con los Alpes de otro color y sabor, visitando el Santuario della Madonna de Tirano, basílica construida en el siglo XVI en perfecto estado de conservación, con un órgano barroco del que no pude disfrutar su sonido pero sí su arquitectura.
De St. Moritz habría mucho para contar además de lo ya sabido en tiempos de la decaída jet-set, especialmente en invierno aunque el verano es radiante y con la suerte de unos días de sol increíbles. Un gran lago para caminar a cualquier hora del día bordeándolo, tiendas de lujo, terrazas y restaurantes comidas de todo el mundo, como los conciertos, variados desde la Casa de Cultura local donde el viola da gamba Paolo Pandolfo estaba impartiendo un curso con recital final de sus alumnos, al que no pude asistir, hasta el que ofrecía a precios estratosféricos el hotel más lujoso de la ciudad alpina con el reclamo de un Mozart que nunca falla.
Dicen que Asturias es la pequeña Suiza y algo hay de cierto: vacas, leche o mantequilla, también maíz, manzanas, solas o en zumo, aunque la asignatura pendiente de nuestra tierra siga siendo además de la poca publicidad, la limpieza. Un placer caminar por cualquier rincón y no encontrarte suciedad pero tampoco policía. La educación como la cultura se puede legislar, pero básicamente se hereda y refleja la sociedad e idiosincrasia que no se puede copiar ni comprar porque se hereda, supongo que como el dinero. Desconozco si la envidia es sana, y si como escribía Andersen "At rejse er at leve", regresar nos hace añorar lo que no tenemos.
Esta región de Engadin tiene lagos, sendas y pueblos cercanos bien comunicados por autobuses, como Sils Maria y Silvaplana, la primera alberga la Casa Museo de Nietzsche, así como hoteles para celebridades que también ofertan conciertos puntualmente (alguno incluso grabado por sus vecinos de Winter and Winter), visitas obligadas antes de regresar a la capital disfrutando siempre de un paisaje de postal.
También se celebraba esos días el CSI (Concurso Internacional de Saltos) donde no encontré famosos entre el público pero tampoco jinetes o amazonas de prensa rosa, si bien al lado de la zona equina, en el llamado St. Moritz Bad, está la iglesia católica de St. Karl, con unas modernas vidrieras y ampliación de 1991, más el necesario y obligado órgano que tampoco pude escuchar, pero la querencia por el rey de los instrumentos sigue allá donde viajo.
St. Moritz nos regalaba cada día al despertarnos una vista única, la última antes de abandonar nuestro particular refugio, la comparto aquí.
La vuelta a Kloten, al lado del aeropuerto, sirvió para saborear las últimas cervezas suizas (es más cara el agua ¡quién lo diría! y no digamos la "frei" sin alcohol) y una comida italiana que parece estar presente como el idioma en una Suiza algo cara para nuestros sueldos, creo que también para los trabajadores (que cobran poco más que en España), con paisajes también para saborear, caminar, paraíso ciclista y última noche antes del retorno a la normalidad. Imposible plasmar tanto aunque el diario de viaje, siempre a mano, ocuparía mucho más espacio.
Septiembre me devolverá a la música, en vivo o grabada, pues también tiene su hueco en el blog y lo seguiremos contando tras el necesario descanso estival. Este curso 2016-17 arranca con dudas pero la esperanza nunca podemos perderla...