El otro día vi una película, no recuerdo cómo se llamaba, pero creo que la vi contigo mientras lloraba a oscuras frente a los relámpagos de las proyecciones en un sofá de desgastados colores y cojines maltratados por los insomnios. Por eso lloraba, se me había metido una imagen en el ojo y mi lacrimal intentaba escupirla mientras mi sombra se alargaba por las paredes, cristales cayendo por mi mirada, haciendo camino para la siguiente lágrima que quisiera suicidarse desde el balcón de mis pupilas eclípticas.
Si no me equivoco, era un cuento porque me parece recordar a una princesa encerrada en un castillo encantado de sueños de cristal de Bohemia rotos cortándole los tobillos, custodiada por un dragón de hielo negro y mil demonios con garras de cuchillo. Tenía un pedazo de azul cielo cianótico en cada arcoíris de su mirada, la tormenta en su pelo lloviendo huracanadamente sobre sus hombros, lunares negros formando constelaciones en su nívea noche de carne. Tenía rojos pétalos de sangre agrietados con rocío en su boca, sus manos suaves bañadas en nubes se entrelazaban para rezar. Era tan bello el diamante de su figura encerrado en el estuche… ¿Recuerdas cómo se llamaba? Había también un príncipe… ¿O era el dragón? Bueno, no me acuerdo bien porque no estaba del todo a lo que estaba con la cabeza metida bajo la manta… El caso es que el príncipe-dragón, se escapaba en las noches oscuras surcando cielos de otros reinos, bramando con su voz de campana de bronce fundido, arrasándolo todo con el fuego salido de la fragua demoníaca de sus entrañas. Volaba matando estrellas con los latigazos de su flamígera voz, envuelto en un torbellino de plumas de cuervo que dejaba como estela de su vuelo. Cien coronas cayeron del trono rodando por el estrecho pasillo de la muerte tras la derrota. Cien castillos sucumbieron entre sus alas, crisálidas membranosas de pesadillas entre caricias huracanadas y con ellos cien princesas entre las llamas y una, de felicidad frustrada.Debía ser un drama, porque yo veía a las esquivas perdices correr tan rápido que ella no podía alcanzarlas mientras tropezaba continuamente con su corazón partido cegada por un velo de lágrimas de humillación y orgullo herido. El dragón la castigaba por esas lágrimas encerrándola en la última torre de las torres más altas prohibiéndole acercarse a mirar a través de la única pequeña ventana por la que podía ver cómo se deslizaba por los cielos en una evolutiva danza seductora de infiernos desatados entre galaxias, de vidas destruidas únicamente con su rugido y el batir de sus alas. Una ventana por la que vería correr un mundo del que se había apeado obligada a medio camino. Pobre estúpida princesa encorsetada en el incómodo miriñaque de sentimientos irresolutos en que ha quedado atrapada, asustada entre almohadones de brocado que muerde entre lágrimas de rabia y cortinas de encaje de zafiro húmedo a las que no puede prender fuego mientras trata de echar una ojeada tozuda empinándose aferrada al marco taraceado de la prohibida ventana. Tenía música y poesía, eso también lo recuerdo, porque aparecía un bardo errante cargado con cien demonios, pluma y mandolina que hilvanaba jocosos versos libres diariamente a los pies de la torre haciendo reír a la tonta princesa atrapada. El bardo tenía la mirada triste y perdida más allá de las fronteras del papel, de un color verde aguas empantanadas con cadáveres flotando, de pelo oxidado y mareado de bailar con el viento, labios yermos con siete candados ocultando palabras que jamás diría salvo con la tinta que salpicaba los dedos de sus manos, de un andar perdido que partía de un no sé cómo dónde dejó el cuándo y terminaba en una espera sin saber para qué o quién. Entonces su poesía trepaba por la torre para acurrucarse en el corazón roto de la princesa.También podía haber sido una película romántica, porque recuerdo un hechizo de amor saliendo inconsciente de los dedos perturbados del bardo errante entre poemas escritos con la sangre oxidada en los ventrículos destripados de dos corazones cansados de estampar latidos contra las olas de un mar embravecido. Un hechizo que empezaba jugando con un latido y acababa haciendo metástasis en el corazón y resbalando por las azuladas venas, una magia que hacía aquelarres con las mariposas en llamas que revoloteaban en cada suspiro. Una magia no negra, pero sí oscura y desconocida que empujaba al destino a un lado para que no hubiera nada entre la princesa y el bardo. Vi cómo los versos acariciaban donde las manos no alcanzaban y cómo las confidencias besaban los labios fríos de la soledad. Vi también al bardo escalar el muro de la torre siendo azotado por los hechizos, o por su poesía, que tal vez fuera lo mismo, luchando contra tormentas que blandían gigantes cuchillos empapados de lágrimas de luz sobre él, huracanes que no le hicieron despegar los pies de la tierra de sus sueños y rayos afilados en hielo por los que resbalaba el alma de la noche para hacer volar por los aires ventana, pared y miedos para fundirse en un abrazo de promesas ya cumplidas. Entre los escombros del apocalipsis del deseo, entre el caos de la destrucción donde sólo sobrevive el polvo de las piedras, en la nieve de cenizas que anidaba en el aire en la que los demonios se columpiaban entre blasfemias susurradas, en el réquiem que canta el último crujido del alma al descrucificarse de un cuerpo para abandonarse en otro, los vi arder en noches eternas ajenos al batir de las alas, a los rugidos, a los gritos de princesas encantadas, los vi hacerse fuego enlazando cuerpos y miradas, los vi ser llama devoradora que evapora las lágrimas aún no derramadas, le vi a él acariciarla por dentro y a ella lamerle el alma, los vi derramarse el uno en el otro entre gritos y gemidos… Ahora que lo pienso… igual era una porno y no, no la vi contigo.
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