En la librería varios clientes lo han leído: unos, la minoría, no por eso menos críticos, afirman que escribe admirablemente; uno en especial, tras algunas cervezas, le concede los más importantes premios. Seguro exagera, pero así es su entusiasmo. Otro nos cuenta que conoció a González cuando este trabajaba como barman en "El goce pagano", famoso bar salsero de Bogotá, nos cuenta que fue uno de los que le ayudó a publicar Primero estaba el mar, su primera novela. Primero estaba el mar, nos dice, le parece excelente. Por otro lado está la mayoría, que en la librería no es democracia ni última palabra. González, para ellos, es un autor sobrevalorado, cansón con su supuesta ingenuidad y "pureza". Un escritor que no logra apasionar. ¿Y yo? pues no lo he leído, y confieso que no tengo planeado hacerlo. La razón, más allá de hacerle caso a unos o a otros, se resume al asunto del comienzo: no quiero más Bolaños, no quiero más Zambras, no quiero más escritores que tengamos que agradecer a los editores y no a los lectores -y es claro que cada vez estos dos personajes se alejan más y más.
El sábado varios preguntaron por La luz difícil, vendí varios ejemplares; es la novedad de un personaje que entiende que encerrarse dentro de las primeras páginas de los medios no tiene nada de contradictorio, de extraño. Que su notoriedad siempre dependa de su proclamada reclusión es una artimaña comercial que algún día tiene que quebrarse. Lo que me preocupa es que cada vez las lecturas de los clientes que veo una vez al año son el resultado de una exitosa campaña de marketing.Tomás David Rubio-Libélula LibrosRevista Libros
Que las editoriales intenten a toda costa crear mitos es desesperante. Cada una quiere su Bolaño, su otro boom de autores, el relevo generacional. En Colombia, Alfaguara ha revivido hasta el cansancio el proyecto iniciado por Norma hace unos años: el del "secreto mejor guardado de la literatura colombiana". Hablamos de Tomás González, que por estos días estrena su nueva novela: La luz difícil. La portada en la revista cultural Arcadia, varias páginas en la revista El malpensante, un cubrimiento no menos que espectacular en el periódico El espectador, todo esto parece anunciar que estamos delante de un prodigio de las letras, que el no haberlo leído es la mayor de las torpezas.