La autocrítica implacable a la que nos sometemos los españoles y nuestra poco interés por descubrir cómo es el resto del mundo ha puesto de moda la demanda de cambiar la Constitución de 1978 (CE) porque se ha quedado “vieja”, cuando los 36 años es una edad creativa y productiva, como la de los seres humanos.
Observemos la Constitución federal más admirada y antigua, la estadounidense de 1787, que lleva vigente 227 años, aunque en ellos recibió 27 retoques o enmiendas, igual que la española tuvo dos.
Una Constitución democrática es como una madre protectora de derechos y libertades, con sus defectos, que pueden corregirse con enmiendas según los tiempos históricos, que en España quieren imponer los independentistas.
Lo único que demanda una Constitución es que se aplique sin dudas ni cobardías en todo el país, y la española, al cumplir 36 años, se quebranta en algunas Comunidades.
Poca gente es consciente de que en varios aspectos sobre libertades civiles es más moderna, por avanzada, que la estadounidense.
Por ejemplo, y aunque en EE.UU. exista en la práctica igualdad de sexos, el proyecto de enmienda constitucional que pretendía consagrarla oficialmente se extinguió en 1982 sin discutirse.
Algunos quieren cambiar la CE apresuradamente haciendo mudanza en tiempo de tribulación, otros proponen exterminarla para imponer la bolivariana, y sólo prefieren que continúe así mientras no decaigan las pasiones por miedo a peligrosas operaciones de cirugía estética, PP, UPyD y Ciudadanos.
Aunque contenga aparentes anacronismos, positivos en la práctica como la monarquía, y otros menos, como los llamados derechos históricos vasco y navarro, la CE es un ejemplo de equilibrio que alaban y aconsejan para las nuevas democracias notables constitucionalistas extranjeros,.
Ninguna Constitución es perfecta, pero la española, pese a todo, está entre las mejores.
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SALAS