Revista Diario
Últimamente el ambiente político / ideológico está muy revuelto por estas nuestras tierras (que cada cual amplíe las fronteras hasta donde quiera). No voy a entrar en ningún debate político. Las redes y el mundo en general ya nos nutre lo suficiente con este tema. De lo que quiero reflexionar hoy es del uso que se hace de los menores de edad en manifestaciones públicas en las que se defienden ideologías sociales o políticas. Es inevitable que los padres inculquemos unos ideales, una religión, la pasión por un equipo de fútbol, incluso, a nuestros hijos. De la misma manera que decidimos en qué idioma les hablamos, también decidimos en qué patrones éticos, cívicos, religiosos o sociales queremos educarlos. Aceptando, claro está, que en un futuro, cuando empiecen a pensar por sí mismos, puede que compartan, o no, esos ideales con los que han crecido. Por lo que, por encima de cualquier tendencia se les ha de enseñar conceptos como la tolerancia y la diversidad cuanto antes. A mi no me parece mal que unos padres enseñen a sus hijos a amar una tierra o a creer en algo. Lo que me parece nefasto es invitar a esos niños a participar en manifestaciones públicas y encima darles voz en los medios de comunicación. Y lo digo ahora porque recientemente ha tenido lugar un hecho de tal magnitud que ha vuelto a sacar el tema a debate. Pero también estoy en contra de otras manifestaciones que se han hecho en el pasado de otros muchos temas y que también han utilizado las voces infantiles e inocentes de unos niños que lo único que hacen es repetir lo que sus padres les dictan al oído. Sea cual sea la reivindicación. Insisto.Los niños deberían protegerse y no ser utilizados como títeres. Los adultos deberían ser valientes y hablar por sí mismos, no por boca de sus hijos. Los adultos que los acompañan y que los muestran delante de una cámara en eventos de claro signo político o ideológico deberían dejarlos en su casa, en su privacidad, por su seguridad y por responsabilidad.