Revista Sociedad

Adolfo Suárez, el camino a la libertad

Publicado el 25 marzo 2014 por Albilores @Otracorriente

Suárez

Adolfo Suárez, el primer presidente de la democracia, pasará a la historia por su firme convicción y firmeza a la hora de recorrer el camino que llevó a España desde la más absoluta oscuridad hasta inicio de una nueva etapa llena, en aquel entonces, de esperanza y optimismo ante lo que fue nuestra gran oportunidad de convertirnos en un país normal, con derechos y libertad, en definitiva, un país moderno y progresista. No lo conseguimos.

Suárez fue un hombre que antepuso el entendimiento y los acuerdos políticos a las ideologías y así se explica que pudiera recorrer el espinoso camino de la transición sin acabar dándose de bruces contra exaltados falangistas y demás defensores de aquella España rancia y atrasada, que se resistían a perder el protagonismo que el Régimen les otorgó; sin sucumbir ante la insaciable ambición de poder de los socialistas, que ya se veían en el sillón de la Moncloa, pero que tuvieron que esperar al 82; o sin tropezar con un rey por aquel entonces no tan campechano, que por un momento llegó a creer que era el digno sucesor de Franco. Además, supo comprender y ganarse las exigencias de los nacionalistas, llegando a un pacto con Josep Tarradellas, el eterno presidente de la Generalitat de Cataluña, que pasó casi toda su vida exiliado; legalizó el partido comunista y con este gesto se ganó también a una de las fuerzas políticas más castigadas por la dictadura; y dio a la gente esperanza e ilusión para crear una sociedad más justa.

Gracias a todo ello, fue posible la creación de la Constitución del 78, la menos soberana de todas las constituciones europeas, pero un milagro dadas las circunstancias de aquellos tiempos y la disparidad ideológica de los que participaron en su creación. Comparado con la política que se hace hoy, aquello nos parece la máxima expresión de la democracia.

Sin embargo, no es menos cierto que la transición llevada a cabo por Adolfo Suárez está idealizada en el consciente colectivo de la sociedad española, pues siempre nos la han presentado como un acto de héroes más propio de una novela de caballerías que de un acontecimiento histórico con sus aciertos y sus errores. Nos cuentan las hazañas de grandes hombres que alcanzaron consensos y acuerdos siendo tan diferentes en sus pensamientos. La mayor parte de los que hablan y escriben sobre este periodo coinciden en destacar la figura de Adolfo Suárez como el hombre que convencía a todos porque tenía un carisma enorme, aunque lo cierto es que casi todos los que hablan sobre el expresidente Suárez, sobre todo ahora que acaba de fallecer, lo hacen desde una subjetividad que da grima. La mayor parte de periodistas y políticos nos recuerdan a aquellos ancianos ya de vuelta de todo que se cuentan sus anécdotas, inventándose la mitad de las cosas, entreteniéndose en detalles y anécdotas personales, destacando lo bueno y omitiendo lo malo y pasando de puntillas por los episodios y momentos más comprometidos; la diferencia es que éstos no hablan en corrillos para sus amigos, sino que lo hacen en los medios para millones de personas, se hacen llamar profesionales de la información o de la política y resultan bastante hipócritas o son demasiado amigos del expresidente.

Adolfo Suárez era un hábil negociador pero no era un mesías que decía a todo aquel que se encontraba  “ven y sígueme”, y la gente, hipnotizada por su capacidad de convicción, lo hacía. Lo cierto es que para conseguir todos esos acuerdos y pactos, Suárez tuvo que hacer concesiones difíciles que le acabaron pasando factura -algunas todavía hoy las estamos sufriendo- y que acabaron con su vida política, primero traicionado por su propio partido, luego apuñalado por el PSOE del aburguesado expresiente González y el archiambicioso Guerra, y finalmente por su amigo y principal valedor, el Rey, que ya no se encontraba cómodo con Suarez en la presidencia. Un alto precio para ser el artífice de la restitución democrática en España.

Lo más indignante es que ahora todos se suman al homenaje póstumo de un Adolfo Suárez al que reconocen una importancia que nunca le dieron en vida hasta que la lástima que les producía su enfermedad les ablandó el corazón -o eso hacían creer- y que ahora se apuntan al carro de las alabanzas, pero, como siempre, se les nota que lo hacen porque es lo que toca. Sin duda ha sido un gran político y un demócrata convencido que tuvo que convencer a otros que no eran tanto y que siguen sin serlo todavía hoy. El camino a la libertad todavía no está terminado, es más, en estos momentos esta libertad se encuentra en entredicho y no estaría bien que el esfuerzo de hombres como Adolfo Suárez no hubiera servido para nada.


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