Unos seres adoran a un dios peligroso y ceñudo, hermanados en el sudor, genuflexos, humillados en el polvo; la sacerdotisa pone los ojos en blanco mientras es inundada por la luz del saber; hay un viejo agorero que escupe sobre la piedra los posos del vino y lee los símbolos invisibles de un futuro ya añejo, de un futuro que alguien cree, ¿adónde vamos?, pregunta, pero nadie responde.