Cuando decimos o escuchamos esto, si obviamos la expresión “criaturas”, nos acordamos de alguna campaña publicitaria de asociaciones de defensa animales para incluir en nuestras familias a esos seres no humanos pero llenos de amor que necesitaban afecto. Seres que, alguna gente sin sentimientos ni entrañas, han abandonado porque ya les resultaban molestos quizás porque se habían hecho grandes o por cualquier otro motivo y que nunca, insisto, nunca tienen justificación.
Ahora parece que deberemos de cambiar el objeto de la frase y darle una otro contenido. “Adopta criaturas, no las compres” es, quizás uno de los mejores argumentos contra la compraventa de criaturas que es lo que resulta de un proceso de vientres de alquiler. O mejor dicho de úteros de alquiler.
Que no nos engañen con retóricas populistas y neoliberales. Los úteros de alquiler tienen como fin último la compraventa de criaturas a escala mundial por parte de parejas que no pueden tener descendencia por sí mismas. Criaturas fruto de un deseo que, como en los casos de los animales puede ser puntual, porque en definitiva es solo eso, un deseo.
Desconozco el número de criaturas que son susceptibles de ser adoptadas tanto en Valencia como en el estado Español, pero estoy segura que habría suficientes para satisfacer los deseos de todas las personas y/o parejas que quieren ser padres y/o madres. Lo que pasa es que quieren otra cosa, quieren perpetuar la estirpe paterna. Y de paso ir eliminando la figura de la madre en el sentido literal e incluso legal puesto que a la madre gestante la hacen renunciar a todos sus derechos sobre la criatura que ha gestado, negándoles a ambos cualquier tipo de relación afectiva y emocional.
Como vemos un negocio patriarcal que toma como base para el mismo la utilización del cuerpo de las mujeres y, en donde quienes se lucran del mismo no son, obviamente, las mujeres.
Por otra parte, quien tiene estos deseos de paternidad no adoptiva y compra seres humanos le está dando carta de naturaleza a todo un entramado de empresas que operan en el ámbito mundial y que actúan de forma no sé hasta qué punto de acuerdo con la legalidad internacional para continuar ganando dinero a cualquier precio. Pero eso sí, como ya he dicho, la materia prima que necesitan son los cuerpos de las mujeres que, aún, somos las únicas que podemos gestar vida. Por muy garantista que pueda ser la legislación que al respecto tenga un país o un estado, no se puede olvidar nunca esa realidad: que la materia prima son los cuerpos de las mujeres para dar gusto o satisfacer un deseo, no a una necesidad. Y el resultado, esas vidas humanas, que son literalmente vendidas, pierden el derecho a conocer a las mujeres que las han gestado y que biológicamente son sus madres.
Para mí gestar debe ser un acto de amor y nunca un negocio. Si despojamos de ese amor un embarazo acabamos convirtiéndolo en algo mecánico sin otro sentido que parir como lo hacen las hembras no humanas con objetivos claramente mercantiles y nada afectivos. Y de ahí el lucrativo negocio que han encontrado algunos desaprensivos estableciendo las granjas de mujeres en países en donde este tipo de actividades están permitidas. Pues eso, siempre ha habido granjas de cerdos, gallinas, conejos, vacas, etc. Pues ahora también granjas de mujeres con el mismo objetivo: El desaforado deseo de consumir. En unos casos carne animal y en el otro caso criaturas humanas sanas, eso sí.
Y no, no me vale la argumentación de la libertad de las mujeres para poder hacerlo. Y no me vale por muchos motivos, pero sobre todo no me vale porque sólo se utiliza cuando juega a favor del patriarcado capitalista. Cuando se busca hacer negocio con las necesidades económicas de tantas mujeres del mundo que recurren a esto para poder reforzar la situación económica familiar. O, incluso para poder comer.
Tampoco me vale este argumento cuando lo que pretende es dar carta de naturaleza a los deseos de esas personas que quieren comprar sin tener en absoluto en cuenta el hipotético último deseo de la madre de quedarse con la criatura que está gestando, puesto que se lo niegan previamente.
Ni cuando se pactan estrictas reglas para la madre que ha de cumplir escrupulosamente durante nueve meses de su vida. Nueve meses arrebatados para poderla vivir como realmente desee y no como le impongan. Y todo ello sin contar con las molestias propias del embarazo o con alguna enfermedad que se pueda desarrollar como consecuencia de ese embarazo.
Y, definitivamente no me vale este argumento porque cuando somos las mujeres las que reivindicamos nuestro derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo, sobre nuestra libertad sexual, sobre nuestra decisión de ser o no madres y cuando nosotras lo deseemos, entonces todo el aparato patriarcal se pone en marcha para reprimir esa libertad última de acceso a nuestro cuerpo para nuestros propios deseos, sean estos del tipo que sean. Y buscan reprimirnos porque el acceso a nuestro cuerpo es la última frontera que ha de atravesar el patriarcado capitalista sin escrúpulos para imponer sus titánicas leyes patriarcales. Y obviamente, en ese espacio, les vamos a plantar cara siempre.
Unas leyes que todo lo justifican con un último fin: Lucrarse al precio que sea. Una leyes no escritas que no dudan en dejar los cuerpos de las mujeres y el de las criaturas que estas gestan al nivel de mera mercancía con la que se gana dinero. Esto es todo para esta gente. Indigno y hasta cierto punto, creo que podría ser criminal.
Pero no han ganado la guerra y, ni siquiera la batalla. Y no lo han hecho porque a medida que vamos explicando cual es el trasfondo de este negocio la gente va viendo que no se trata de libertad de elección de la mujeres, ni de altruismo o generosidad, sino que muy al contrario se trata de un negocio ilícito en este momento en el Estado Español cuya materia prima, al igual que en la prostitución, sigue siendo el cuerpo de las mujeres.
Y por supuesto que vamos a seguir dando la batalla para impedir su legalización. Porque el cuerpo de las mujeres no es ninguna maquinaria reproductiva a la carta. Porque no somos vasijas. Porque tenemos derechos. Y, en definitiva, porque los deseos nunca se pueden considerar derechos en base al poder económico de una de las partes.
Ben cordialment,
Teresa