Con doce o trece años, no recuerdo si por navidad, cumpleaños o por buen hijo, conseguí mi propia televisión. La puse en mi cuarto, bien elevada sobre el armario, prácticamente en un altar. Tenía más fondo que pulgadas y a veces ni siquiera pillaba señal, pero era toda mía. Menudas virguerías colocando la antena, de equilibrista. Me gustaba incluso apagada y, quizás, hasta la besé en alguna ocasión. Aquella Samsung cambió mi vida de la noche a la mañana, sobretodo de noche. Seguía acostándome rigurosamente a las 10 y cuarto, pero lo de dormir ya era otro cantar. Tras el "Adiós papá, adiós mamá" cerraba mi dormitorio herméticamente, esperaba unos minutos para no levantar sospechas y la encendía con el sigilo de un ladrón. El condenado botón hacía un ruido seco, muy desagradable, poniendo en peligro mi malévolo plan "¡¡Ñiiiaaaaaccc!!" No quedaba más remedio que camuflarlo con estornudos, menuda argucia (Hay quien tose para tapar pedos, pero eso no viene a cuento). Seguramente no engañaba a nadie ¿Pero qué más da? Me sentía malvado y feliz.
Los martes se convirtieron en mi día favorito y, como habréis deducido por la foto, la culpa la tenían los del jamón. Antonio Resines, Antonio Molero y Jesús Bonilla me hicieron adorar la caja tonta, con ellos me partía literalmente el culo. Si existe el destino le felicito por haber metido a esos tres gigantes dentro de mi televisor. Me despertaba con una sonrisa de oreja a oreja, sabiendo que "Hoy echan Los Serrano". Nada podía arruinarme el martes, imposible. Por la noche cenaba a toda velocidad ¡engullía! y me recluía en el dormitorio como una exhalación. Cerraba la puerta, estornudaba y pulsaba el 5 ¡Veía hasta los anuncios! Me ilusionaban, me intrigaban, me emocionaban, me mataban de la risa. Eso sí, me reía bajito, no me fueran a escuchar. Al día siguiente todo el mundo comentaba el episodio en el instituto, cada frase, cada gag "Te acuerdas de cuando...jajaj" Revolucionaron la idea de serie en este país, el humor e incluso el lenguaje. Mayormente, a todos nos hacían gracia los incestos, las escobillas y la mirada sucia. Los argumentos tenían corazón, humildad y, dentro de lo que cabe, realismo. Sus guiones eran brillantes, elaborados, y lo dice alguien que escribe mucho. Reconozco que decayeron en las últimas temporadas, hasta Resines calificó el desenlace como ridículo, pero seguían regalándonos momentos inolvidables. Desde su final, y el de "Aquí no hay quien viva", España no ha levantado cabeza en series de calidad. No sé en qué coño piensan las cadenas.
Afortunadamente, al otro lado del charco, existe un lugar llamado Estados Unidos que produce unas series que quitan el hipo ¡Mejor que las películas! De risa, de amor, de polis, de marcianos, de zombies...Internet nos las sirve en bandeja a cualquier hora, adoro mi ordenador. Puede sonar a friki, seguramente lo soy, pero pocas cosas son más gratificantes a lo largo de la semana que engancharse a una buena serie. Sentarse un rato, elegir capítulo y pasar media hora en la mejor compañía: Frasier, Friends, Seinfed, Breaking Bad, How I met your mother, CSI, The mentalist, Castle, House, The Sopranos, Game of Thrones, Los Simpson...Cada uno tenemos las nuestras y casi se convierten en parte de la familia. Reírse con Chandler Bing, caerse con Kramer, pillar al asesino con Lisbon y Patrick Jane, quitarse las gafas con Horatio, tacañear con George Costanza y Alan Harper, adentrarse en la mafia con Tony, cojear con Gregory House, zamparse unos donuts con Homer, enamorarse de Rachel Green, correrse una juega con Hank Moody o ligar con Barney Stinson...Qué buenas historias se viven sin salir de casa, cuántos amigos se hacen. Como todo lo bueno en la vida las series también terminan, dejándonos huérfanos. Yo aún aflojo el lagrimal con esta escena: