Por Albert Arias Sans y Marc Martí-Costa
Recientemente estamos presenciando la emergencia de técnicos
y profesionales que trabajan cuerpo a cuerpo con los movimientos urbanos en
temas relacionados con la planificación y la gestión urbana con el objetivo de
empoderar a estos últimos en las relaciones con la administración o el sector
privado. Los casos de resolución (más o menos exitosos) de conflictos como
Lesseps, Bon Pastor o Can Batlló sirven para ejemplificar una práctica que en
el mundo angloamericano se la conoce con el nombre de advocacy planning, o procuración urbanística. Después de un par de
décadas donde el rol de la arquitecta urbanista se ha centrado en dar cobertura
a dinámicas de crecimiento urbano, es de celebrar el resurgimiento de
experiencias más comprometidas. Esta entrada tiene como objetivo presentar los
orígenes de la advocacy y lanzar
algunas reflexiones sobre la práctica actual en la ciudad de Barcelona.
El advocacy planning
es una práctica urbanística de carácter colaborativo y participativo en la que
uno o más técnicos se ponen a disposición de una organización, colectivo o
grupo de personas con objetivos comunes para ayudar a resolver un conflicto
urbanístico ante la administración pública u otros promotores. Consiste, pues,
en apoyar a un grupo a través de los conocimientos, técnicas y procedimientos
para captar, conducir y sintetizar sus demandas. Con este apoyo las
reivindicaciones se proyectan de una forma viable para que puedan ser
defendidas técnicamente y que la administración local – en la vertiente técnica
o política – las tenga en cuenta y las adopte. El advocacy planning se trata, pues, de un proceso relacional situado
en cada contexto más que de un protocolo estricto de actuación.
El concepto de advocacy
planning nace en 1965 con el artículo de Paul Davidoff «Advocacy and pluralism in planning». Davidoff hace una analogía entre la figura del «procurador» en el sistema judicial (advocate)
con la del urbanista (planner). De
esta combinación surge el que llama advocate
planner, que lo contrapone con el de agency
planner (planificador de la agencia, ya sea pública o privada, con un claro
estigma unitarista y servil).
Según el autor, el procurador urbanístico deberá facilitar
la relación entre la administración y el interés de grupos específicos para
conseguir o bien resolver una situación conflictiva o mejorar la condición
urbana participando en el proceso político. Esta figura ejerce de tercera parte
[1] entre la administración (principalmente) y los grupos minoritarios o de
presión que no pueden cumplir sus necesidades a través de los mecanismos
deliberativos, sumando también la imposibilidad de plasmar técnicamente las
demandas en forma de proyecto.
Davidoff remarca la necesidad de prestar atención, de allí
el pluralism, a aquellos grupos
minoritarios y marginales que quedan fuera de lo que él llama «idealized political process in democracy», es decir, de aquel interés público que lejos de ser neutral,
está controlado por los grupos de poder fácticos. El advocate planner debe ser capaz de abrir la mente para conseguir
incluir los intereses divergentes para conseguir «just decision», es decir, políticas urbanas
equitativas y justas atendiendo a las diferencias en el poder de los agentes
urbanos. Hay que recordar que el texto fue escrito en años de efervescencia
social y política, especialmente por movimientos pro derechos civiles en EE.UU.
En este sentido el «procurador» deberá ayudar a hacer más
equilibrada la relación de poderes entre las partes.
Pero Davidoff va más allá y dice que los valores (éticos)
son elementos ineludibles en cualquier proceso racional de toma de decisiones y
que el planificador debe tenerlos claros para actuar en consecuencia. El
planificador no actúa de forma neutral y, como tal, debe tomar conciencia de
este hecho y posicionarse del lado que crea conveniente para lograr la decisión
justa y equitativa.
Así, frente a un modelo de planeamiento tecnocrático y
supuestamente escéptico, Davidoff enfatiza la dimensión política del
planeamiento. Los urbanistas deben facilitar la construcción de un fundamentado
debate público entre diferentes alternativas de planeamiento. Propone que los
urbanistas asesoren y defiendan (como los adovcates
en un juicio) a los distintos grupos de interés, pero especialmente a aquellos
grupos comunitarios que por sus escasos recursos han sido excluidos de los
debates en el planeamiento. Situado en el contexto en el que se escribió, el
texto es una aproximación ética y profesional radical que pide superar la
doctrina impuesta por los poderes establecidos que realizan el encargo asignado
«desde arriba» y por el contrario ejerza de
procurador de la justicia (urbana y social). Dada la complejidad técnica y
legal de los temas urbanísticos, el procurador se encarga de dar los recursos
específicos suficientes a aquellos grupos con menos poder para resolver el
conflicto traduciendo las demandas en alternativas factibles.
La práctica de la advocacy
en nuestro contexto no es nueva. El movimiento vecinal del tardofranquismo se
apoyó muchas veces en técnicos comprometidos (provenientes de la universidad o
de los partidos en clandestinidad) para diseñar conjuntamente propuestas de
todo tipo, desde proyectos urbanísticos de detalle hasta Planes Populares. No
es nuestra intención hacer una revisión histórica de la práctica pero creemos
justo evidenciar que hace años que ejerce de forma más o menos visible
públicamente. Antes de entrar en profundidad, también hay que decir que cuando
hablamos de procuradores urbanísticos no sólo lo hacemos de arquitectos sino
también de ingenieros, antropólogos, geógrafos o sociólogos entre otros que han
puesto a su saber al servicio de diferentes luchas vecinales.
A nuestro entender podemos identificar tres niveles de
implicación de los técnicos con los movimientos sociales (con los límites
difuminados) que nos permiten clasificar la práctica de la advocacy en Barcelona en la última década.
En primer lugar, encontraríamos el apoyo técnico puntual de
un profesional externo para resolver dudas de los afectados por planes
urbanísticos, preparar informes, asistir a comisiones, etc. Así ha sucedido en
el seguimiento de la implementación de los diferentes planes urbanísticos del
22@ en Barcelona por parte de la asociación de vecinos o en los debates sobre
el proyecto de la Sagrera entre el ayuntamiento y diferentes entidades
vecinales. Estos profesionales suelen ser personas de confianza de la
asociación y permiten incidir en aspectos mucho más concretos y entrar en un
diálogo de tú a tú con los técnicos del ayuntamiento. Los procuradores
urbanísticos intervienen en estos casos no en la definición política de la
intervención (su necesidad o no, los principales elementos orientadores, las
grandes afectaciones, etc.) sino más bien en la concreción de la propuesta o
bien en su correcto desarrollo según lo acordado.
En segundo lugar, se va más allá de la aplicación de un
saber técnico específico al servicio del colectivo en pugna. Este segundo nivel
más creativo utiliza procesos colaborativos [2] para combinar los saberes
cotidianos e incorporarlos a su trabajo, normalmente formado por equipos
pluridicscipliares. La procuración simpatiza y participa aquí directamente con
el colectivo sin formar parte directamente. Podríamos asimilar este segundo
nivel con la figura del facilitador (o mediador en la vertiente más heterodoxa,
pues claramente toma posiciones parciales). La reforma de la Plaza Lesseps es
un caso paradigmático de este segundo nivel donde un grupo de técnicos se pone
a disposición de una plataforma para ayudar a materializar la propuesta
alternativa —«la mejor
alternativa posible»— a un
diseño que ganó un concurso de la administración. Y lo hicieron con
metodologías surgidas ad hoc y con un tipo de respuesta y de soluciones
relacionadas con el contexto donde se llevaban a cabo.
En tercer lugar, situamos aquellas prácticas donde los
procuradores forman parte del propio colectivo, diluyéndose así el rol técnico
en el activismo [3]. En este caso, el procurador tiene menos legitimidad como
mediador pero en cambio impregna políticamente el discurso técnico y, a
diferencia de los demás, está implicado también con las acciones que emprende
el movimiento del que forma parte. El intercambio de conocimiento y práctica y
la imbricación entre los actores termina diluyendo los límites entre
procuración y activismo para acabar formando una entidad propia con legitimidad
para tomar decisiones e interpelar otros agentes urbanos de forma autónoma. Más
allá de aplicar técnicas específicas más o menos participativas, es el trabajo
colectivo con el propio grupo es el que transforma las demandas hacia la
administración y al mismo tiempo hace cambiar la visión de los propios
profesionales. Casos como el de Can Ricart, Can Batlló o Bon Pastor, con
matices diferentes, pueden ejemplificar esta tercera práctica.
La práctica de la advocacy,
sin embargo, no está exenta de retos y dificultades. Un primer peligro es el de
la cooptación, es decir que aquellos profesionales abran camino en la práctica
en las luchas urbanas y posteriormente terminen trabajando para una
administración alejada de los intereses y valores iniciales. El ejemplo más
claro es de aquellos profesionales que durante los años 70 fueron partícipes de
los planes populares y que posteriormente terminaron promoviendo intervenciones
desde una óptica de arriba abajo, haciendo prevalecer un conocimiento técnico
supuestamente objetivo con coartada populista pero sin trabajar de forma
conjunta con la población afectada.
Relacionado con lo anterior, una de las dificultades más
claras de la práctica de la advocacy,
es la de la remuneración de la práctica. Por un lado, se hace muy difícil que
haya un retorno monetario directo a los técnicos que ejercen de procuradores
pues los movimientos de base no suelen tener la capacidad para remunerar el
trabajo y la administración (o la empresa) pocas veces paga a un técnico para
fortalecer los movimientos que se posicionan contra sus intereses. Si bien en
otros países esta práctica está normalizada y la carga económica es asumida por
la administración o incluso por fundaciones o entidades del tercer sector, en
nuestro contexto los casos de reconocimiento material del trabajo son más bien
escasos a pesar de existir.
Otra dificultad es la capacidad transformadora de este saber
técnico. En el primer tipo de advocacy
descrito, la especialización estrictamente técnica del procurador hace a veces
difícil que el resto del grupo obtenga un aprendizaje para mejorar su autonomía
en futuras contiendas. También el debate con la administración puede terminar
derivando hacia niveles excesivamente técnicos con lenguajes excluyentes.
Capacidad pedagógica y retroalimentación constante con el resto de miembros
suele ser la mejor manera de evitarlo. En los otros dos tipos de advocacy, el peligro se encuentra en que
la visión de aquellas personas que se dedican profesionalmente a temas urbanos
acaben condicionando la agenda de movilización y las posibles soluciones.
Uno de los grandes dilemas de la advocacy es si realmente es factible institucionalizar esta
práctica. Tenemos muchas dudas sobre su viabilidad si se evidencia que, hasta
el momento, las prácticas de advocacy
han sido situadas en contextos sociales, espaciales y temporales determinados,
unos contextos que han facilitado la relación entre los técnicos procuradores y
el movimiento de base. La confianza, el conocimiento situado, la legitimidad o
el compromiso son elementos clave para garantizar el éxito de la práctica de la
procuración, unos elementos que deben construirse mediante la relación entre
las partes y difícilmente se conseguirán mediante encargos ajenos.
Para finalizar, conviene apuntar que la emergencia de la
práctica renovada del advocacy planning
a cargo de técnicos y colectivos en nuestro país [4] responde a la reacción
contra algunos de los factores estructurales que son, a su vez, causa y efecto
de la crisis de la ciudad contemporánea. Estamos hablando de la reacción contra
un agency planning (o urbanismo
formal) que, en el caso de Barcelona, ha virado claramente hacia proyectos
urbanísticos de carácter neoliberal. Unos proyectos, con la reforma del Port
Vell como ejemplo más claro, que lejos de redistribuir las rentas urbanas y
diseñar espacios para el goce comunitario, facilitan las prácticas
especulativas, cercan su acceso y privatizan su uso. Pero el brote de advocacy planning en nuestro contexto
responde también a la necesidad de una revisión ontológica del urbanismo, o
mejor aún, una reformulación de lo-que-tiene-que-ser el urbanismo. Una
renovación de la praxis que pone en cuestión el urbanismo basado en el saber
racional-funcionalista en manos de tecnócratas que acaban reproduciendo, de
forma degenerativa, los intereses de los grupos de presión en contra de los
intereses comunes que son a la vez plurales. Una nueva forma de hacer ciudad
que tiene en las relaciones sociales y las prácticas colaborativas su razón de
ser, estar y actuar. Y es que… ¿a estas alturas alguien cree que se puede hacer
hoy de otra manera?
Albert Arias Sans, geógrafo por la Universitat Autònoma de
Barcelona y máster en Gestión Urbana por la Erasmus University de Rotterdam.
Actualmente es doctorando en Turismo en la Universitat Rovira i Virgili y colaborador
docente en el Área de posgrado en Gestión de la Ciudad de la UOC. Miembro de la Trama Urbana.
Marc Martí-Costa es doctor en políticas públicas y transformación
social por la Universidad Autónoma de Barcelona. Sociólogo de formación se ha
especializado en temas de participación política, innovación social y políticas
urbanas. Actualmente trabaja en el Institut
de Govern i Polítiques
Públiques. Es miembro de la Trama Urbana y del Observatorio Metropolitano de Barcelona
Este artículo se publicó originalmente en latramaurbana.net
Créditos de las imágenes:
Imagen 1: Working Community Planning Weekend 2007 (fuente: communityplanning.net).
Imagen 2: Paul Davidoff (fuente: Cornell University
Library).
Imagen 3:
Repensar Bonpastor. Proyecto para la remodelación participativa de este barrio
popular de Barcelona (fuente: eixida.wordpress.com)
Imagen 4: Mapa del uso cotidiano personas que viven y
utilizan la plaza Lesseps (fuente: Itziar González).
Imagen 5: Can Ricart, pese a la intervención de muchos
profesionales, hoy está en ruinas (fuente: salvemcanricart.blogspot.com)
__________
[1] Third side,
termino propuesto por William Ury para referirse a la figura mediadora entre
dos partes en conflicto http://www.thirdside.org
[2] Este modelo podría ser más próximo al «urbanismo colaborativo» propuesto, entre otros, por Patsy
Healey en su libro Collaborative planning.
Shaping places in fragmented societies
[3] En
estos casos algunos autores hablan de applied
planning como por ejemplo Jacqueline Leavitt en Planning in an age of rebellion: Guidelines to activist research and
applied planning. Planning Theory vol. X/XI: 110-130.
[4] Josep Maria Montaner analiza de
forma excelente el brote de colectivos de arquitectura en la última década
así como los cambios en la manera de concebir y practicar la arquitectura (y el
urbanismo). Para seguir el debate dentro de estos colectivos de arquitectos más
renovadores, ver por ejemplo este artículo
de Paisaje Transversal.
Revista Arquitectura
Advocacy planning: Urbanismo al servicio de la justicia social
Por Paisajetransversal @paistransversalSus últimos artículos
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