El Diccionario de la Real Academia Española define capotar como “dar un avión una vuelta por accidente al despegar o al aterrizar de modo que se coloque con la proa hacia tierra”. Eso es precisamente lo que ha terminado pasando con la salida a bolsa de AENA, la empresa pública que gestiona los aeropuertos españoles. De chapuza en chapuza, este país que Mariano Rajoy vende por el mundo como el paradigma de la seriedad y de las cosas bien hechas, el Gobierno que preside se ha visto esta tarde en la obligación de posponer sine die – y puede que de modo definitivo – la anunciada salida a bolsa de esa empresa, una de las operaciones estrella del PP en esta legislatura. La razón no es otra que una pésima gestión – una más - motivada por las prisas con las que el Gobierno quería poner el 49% de AENA en manos de inversores privados grandes, chicos y mediopensionistas.
A última hora y cuando ya se creía que estaba todo preparado para que AENA empezara a cotizar en bolsa el 12 de noviembre, alguien en el Gobierno ha caído en la cuenta de que las cosas se habían hecho con las posaderas y dio orden de parar motores. La pega procede del Ministerio de Economía y estriba en que la empresa auditora de AENA - PwC- iba a ser también la que firmara la confort letter, el documento que avala que la compañía es solvente para cotizar en el mercado bursátil. El Ministerio de Fomento – del que depende AENA – y el de Hacienda – que se relamía pensando en lo que iba a ingresar por la operación de venta de una de las pocas joyas de la corona que van quedando – querían saltarse alegremente la obligación de convocar un concurso público para que fuera una auditoria distinta de PwC la que firmara la dichosa confort letter.
Pero Economía, que hace algún tiempo multó a Deloitte por haber sido la auditora y la firmante de la carta de marras de la desastrosa salida a bolsa de Bankia, se ha negado a dar el visto bueno. En síntesis, además de poner de manifiesto las tensiones y la descoordinación en el seno del propio Ejecutivo sobre la venta parcial de AENA, lo que esto significa es que la privatización de casi la mitad de la empresa queda ahora en suspenso a la espera de licitar los servicios de una nueva auditora e incluso se baraja la posibilidad de que el Gobierno la retire definitivamente. No voy a decir que me entristezca la noticia de que AENA, con suerte, siga siendo pública al cien por cien. Lo único que digo es que este episodio vuelve a dejar en evidencia el estilo a la remanguillé que emplea este Gobierno en cuestiones de tanto calado y trascendencia económica y social para el país.
En realidad me alegro profundamente del fracaso de la operación, aunque no se deba, por desgracia, a que el Gobierno haya recapacitado y caído en la cuenta de que los aeropuertos de un país que recibe todos los años 60 millones de turistas son un sector estratégico para su economía que no puede estar en manos privadas. De hecho, eso es lo que iba a ocurrir dentro de no mucho y terminará pasando si el Gobierno sigue adelante con sus planes. A nadie se le escapa que después de haber vendido el 49%, el Gobierno vendería otro tramo de la parte pública con la que ahora se queda y al final le entregaría al sector privado el 100% de la empresa envuelta en papel de celofán y atada con un lazo de colores.
Está en los genes de este Gobierno poner las empresas públicas en manos privadas sin importarle las consecuencias económicas y sociales de esas decisiones. De por sí, la venta del 49% ya supone un arriesgado paso por cuanto los inversores de referencia que acudan al festín – si es que al final no se suspende – no se limitarán a poner el dinero y callar en las reuniones del nuevo consejo de administración de AENA. Querrán cortar el bacalao aunque no tengan la mayoría de las acciones y, el Gobierno, siempre tan solícito con las demandas de las grandes empresas, no dudará en hacerles el gusto y, por último, venderles la totalidad del pastel.
Esa alegría por el batacazo de la salida a bolsa de AENA es más intensa si cabe por el hecho de vivir en un archipiélago como el canario, dependiente del sector turístico, en donde los aeropuertos son también pieza clave para la economía regional y elemento de cohesión social y económica entre las islas. Por mucho que el Gobierno del Estado prometa lo contrario amparándose en que mantiene la mayoría de las acciones, nadie puede garantizar que aeropuertos deficitarios como los de El Hierro o La Gomera no terminarían cerrando una vez AENA esté en manos privadas. Ahora, sus pérdidas se enjugan con las ganancias de otros aeropuertos que sí son rentables, pero luego se terminará imponiendo la lógica del beneficio empresarial puro y duro por más que gomeros y herreños se queden prácticamente aislados.
Así pues, que la salida a bolsa de AENA capote es una muy buena noticia aunque sea como consecuencia de la desastrosa gestión del Gobierno, siempre tan preocupado por los intereses privados y tan poco atento a los intereses generales. Y en estos días de corrupción rampante, una buena noticia hay que celebrarla por todo lo alto.