Segundo texto rescatado, publicado originalmente en el número 3 (mayo-agosto de 2013) de la revista Aequitas, publicada por el Poder Judicial del Estado de Sinaloa...No tengo idea de lo que suceda en la vida real, pero en ese espejo deformante e idealizador que es el cine, ser el fiscal en un juicio –es decir, ser el “procurador” de la justicia- no es una tarea agradable. Los héroes, en los thrillers de juzgado, en los melodramas o comedias legales, en las cintas históricas en las que somos testigos de algún juicio, suelen ser los abogados defensores, el propio acusado, los jueces o, incluso, los miembros del jurado.Los fiscales, incluso en películas en las que sabemos que tienen la razón –digamos, en aquellas en las que es claro desde el inicio que los acusados son culpables-, no son las figuras más simpáticas del condado. No importa que la fiscalía sea una institución de buena fe que, se entiende, busca el bien común a través de la aplicación de la justicia: para el cine, eso de acusar personas nunca será tan bien visto como el hecho de defenderlas. Qué remedio: este es el injusto y trágico destino de los pobres fiscales ninguneados.



