Revista Opinión

Afganistán, entre el caos y la oportunidad

Publicado el 09 abril 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Afganistán es uno de esos lugares del mundo popularmente conocidos por encabezar la lista de Estados fallidos en los que reina la inseguridad. No obstante, nunca ha sido olvidado por las potencias regionales debido a sus virtudes latentes. ¿Conseguirá finalmente el pueblo afgano superar sus complejidades internas y reunir las condiciones necesarias para explotar los tesoros que esconde su país antes de que sea demasiado tarde?

Conflictos armados, asesinatos indiscriminados, corrupción endémica, feminicidios e indiferencia ante la violencia contra mujeres y niñas son algunas imágenes que vienen a la cabeza al hablar de Afganistán. Miles de personas huyen del país en búsqueda de refugio, pero muchas de ellas son detenidas y deportadas de vuelta a las penurias. Sharbat Gula, la niña de los ojos verdes que apareció hace 34 años en la portada de National Geographic, conoce bien esta tragedia.

El polvorín de Asia central nunca ha tenido una Historia fácil. La posición geográfica de Afganistán lo ha convertido en un enclave muy importante para sus países vecinos en la actualidad, pues desde siempre ha sido un espacio de encuentro y choque entre las civilizaciones e imperios que se han ido instaurando a lo largo de los siglos en Asia central y meridional. A pesar de su relieve montañoso y de no tener salida al mar, se trata de una punta de lanza potencial a la hora de entretejer las principales rutas comerciales que pasan por la región.

Por otra parte, tampoco resulta extraño que un país tan complejo como Afganistán albergue una población tan variopinta que siempre ha puesto en entredicho la unidad nacional, baluarte de la estabilidad que todo Estado necesita para su supervivencia. En cualquier caso, lo que más llama la atención son las relaciones que mantienen los afganos con los países limítrofes como consecuencia de los fuertes vínculos histórico-culturales que comparten. Lejos de ser una razón que motive la cohesión y una mejor integración social en la zona, constituye uno de los principales nudos gordianos que ha acentuado la inexorable ambivalencia entre Afganistán y los Estados con los que comparte fronteras.

Desmontando el rompecabezas étnico afgano

En Afganistán cohabitan dos grupos étnicos que conforman la mayoría poblacional. Por una parte, tenemos a los pastunes, un grupo de origen indoeuropeo que constituye aproximadamente el 35% de la población total en la actualidad. Los pastunes se aglomeran en el sur y este del país, aunque también es frecuente que estén presentes en otras regiones no solo de Afganistán, sino también de Pakistán. Curiosamente, no representan un grupo étnico homogéneo ni tampoco provienen de la misma tribu, pero a pesar de todas las diferencias comparten una serie de tradiciones y costumbres comunes: profesan la rama sunita del islam, su idioma es el pastún y se rigen por el Pastunwali, un código consuetudinario sobre el que se asienta la estructura social pastún.

Además, los pastunes se proclaman como los “verdaderos afganos”, argumento que han usado desde la conformación del Estado afgano en el siglo XVIII para justificar la dominación política que han ejercido sobre el país. Ya desde 1914, Mahmud Tarzi, uno de los grandes intelectuales afganos del siglo XX, se mostraba partidario de fomentar la lengua pastún en la instrumentalización del nacionalismo afgano. En este enfoque ya estaban implícitas las contradicciones que afligirían al nacionalismo afgano en su posterioridad: en los años 30 comenzó a difundirse el etnonacionalismo afgano. Así nace la Pashto Solana (‘academia pastún’), una fundación que pretendía promover el uso literario de la lengua pastún cuando realmente en aquella época predominaba el persa como principal vía de comunicación en la zona. Pronto, desde el Gobierno también se intentó lanzar el pastún como la lengua oficial de Afganistán. El fin último de las autoridades con la puesta en marcha de estas políticas era desvincularse de la excesiva influencia iraní que operaba en aquellos tiempos.

Por otra parte, encontramos a los tayikos, un grupo étnico que vivía principalmente en la capital del país, Kabul, y en algunas ciudades del norte y noreste. Este grupo también consiguió ejercer una enorme influencia política en el país; llegó incluso a ocupar altos cargos en la Administración, las universidades y el clero. Debido a este motivo, los tayikos viven en permanente tensión con los pastunes en su pugna por el poder.

Afganistán, entre el caos y la oportunidadComposición étnica de Afganistán por provincias (2010). Fuente: Centro de Inteligencia de las Fuerzas Armadas Españolas

Entre las minorías convive una amalgama palpitante de gentes: hazaras, uzbekos, turkmenos, nuristanis y baluchis. Todo un complejo étnico que, más que favorecer la prosperidad afgana con su rica diversidad, ha condenado al país al atraso debido al odio irreconciliable entre ellos. Un conocido ejemplo que ilustra a la perfección la violencia y el desgarre que sufre constantemente Afganistán es el caso de los talibanes, en su mayoría pastunes que profesan el extremismo religioso sunní —lo que precisamente permite la actuación conjunta de un colectivo relativamente multiétnico—. Cuando consiguieron dominar casi la totalidad del país a mediados de los años 90 del siglo pasado, adoptaron políticas de masacre principalmente contra los tayikos por ser la clase social con el nivel más alto de educación en el país, pero también contra los hazaras debido a sus diferencias religiosas, ya que son mayoritariamente chiíes duodecimanos.

¿Hasta cuándo persistirá este intenso duelo fratricida que asola Afganistán? ¿Cómo superará la población afgana el desafío de seguir conviviendo dentro de unas fronteras que nunca han sido negociadas ni establecidas por ella? Desde luego, el desequilibrio regional que patentaron los colonos occidentales no parece una cuestión sencilla que se pueda resolver de la noche a la mañana.

La fraternidad inalcanzable

“El enemigo de mi enemigo es mi amigo”

Artha-shastra, Kautilia

Hoy en día, hablar de la “nación afgana” sigue siendo una cuestión extremadamente delicada, ya que la propia población nunca se reconoce como afgana, sino como pastunes, tayikos, hazaras o uzbecos. Esta concepción de pertenencia excluyente es intensificada por los pastunes, quienes argumentan que el resto de minorías étnicas son inmigrantes provenientes de otros lugares del entorno. De esta manera, la nación afgana no es más que una ilusión que se creó para aglutinar las diferencias al estilo crisol de etnias, pero sin éxito, en el intento de acabar con las irresolubles tensiones multiétnicas que desangran lentamente el país.

Precisamente, la peliaguda cuestión pastún nos lleva a uno de los desafíos imperecederos que mantiene Afganistán con su vecino Pakistán. Las raíces de las malas relaciones entre ambos países las encontramos en el año 1893, cuando el representante del Gobierno indobritánico Mortimer Durand trazó una frontera que separaba de iure el entonces Raj británico y Afganistán, una separación que se mantendrá tras la independencia de Pakistán y que dividía a las comunidades pastún y baluchi entre ambos países.

Para ampliar: “Baluchistán, 70 años de lucha por la independencia”, Alba Serrano en El Orden Mundial, 2017

Afganistán, entre el caos y la oportunidadLínea Durand, la distribución de la jurisprudencia en territorio pakistaní y de influencia pastún. Fuente: National Geographic

Tras la partición de Pakistán en 1947, Afganistán se ha negado a reconocer la línea Durand como frontera legítima entre ambos países y mantiene sus reivindicaciones territoriales sobre el área mayoritariamente pastún de Pakistán. Asimismo, consideraba que los pastunes debían mantener su derecho al libre movimiento para cruzar la línea siguiendo la ancestral tradición marcada por el código Pastunwali.

Para ampliar: “Pakistán, el país de las dos caras”, Jacobo Llovo en El Orden Mundial, 2018

En todo momento, Afganistán reclamaba la devolución de las zonas pastunes que quedaron en Pakistán basándose en una serie de argumentos históricos: aquellas tierras fueron gobernadas en su día por Ahmed Sah Abdali, pastún considerado como el padre de la patria afgana, aunque posteriormente sus sucesores perdieron el control sobre ellas. Como Pakistán no quería ceder ni un ápice para remodelar la frontera, Afganistán comenzó a promover fuertemente el nacionalismo pastún —los pastunes que viven en Pakistán nunca han terminado de reconocer plenamente la soberanía de este país— alimentándose de las argumentaciones indias sobre la improbabilidad de que Pakistán sobreviva como Estado independiente debido a sus continuas tensiones internas.

Distribución de las etnias entre Afganistán y Pakistán. La zona roja representa el territorio que abarcaría el Pastunistán. Fuente: World Future Fund

Para ampliar: Afganistán, pasado y perspectivas de futuro, J. I. Castién Maestro y L. Herruzo Madrid, 2017

De esta manera nace la idea de construir un nuevo Estado denominado Pastunistán. En todo caso, surgiría como una opción emanada del derecho a la autodeterminación de la población pastún que habita en la Provincia de la Frontera Noroccidental —actual Pastunjua— de Pakistán. Sin embargo, este asunto se ha quedado congelado en el tiempo debido a la falta de apoyo por parte de los dos países afectados —no les interesa la existencia de un Pastunistán independiente, ya que supondría para ambos una importante pérdida de territorio y pondría en peligro su integridad nacional, ya de por sí cuestionable y frágil— y la indiferencia adoptada por la comunidad internacional. Además, Pastunistán tendría todas las papeletas para convertirse en el inminente símbolo de desestabilización a ultranza en Asia central ante el incesante aumento del islamismo radical en las zonas pastunes durante los últimos años.

Otro hecho indudable es que gran parte de los quebraderos de cabeza existentes entre Afganistán y Pakistán son motivados por la India, el enemigo por antonomasia de Pakistán. Esto se debe a que el gran gigante de Asia meridional es consciente del importante papel geoestratégico que podría desempeñar Afganistán en la defensa de sus intereses frente a su rival pakistaní. En el hipotético caso de un nuevo conflicto por la cuestión de Cachemira, si la India consigue diseñar una alianza viable con Afganistán, Pakistán tendría que enfrentarse a una guerra de dos frentes: uno en la propia región de Cachemira y otro en Pastunjua con la insurgencia pastún.

Ante los ojos sedientos del león persa

Irán es el país mejor situado para actuar como pivote entre las rutas fundamentales que discurren entre el milenario Oriente y el ilustrado Occidente. Todo esto motiva al Estado iraní a hacer malabarismos para perseguir sus pretensiones más allá de sus fronteras, particularmente dirigidas a aquellos territorios que en el pasado formaron parte de su esfera cultural y al mundo chií en general.

Nadie hoy en día puede negar que Irán aspira a ser la gran potencia regional de Asia central. En su sed por consolidar su pujanza, ha fijado su atención en Afganistán debido a su cercanía no solo física, sino también histórica y cultural. Antiguamente, el persa era el idioma que se usaba en la corte afgana y siempre ha sido la lengua preferida de las clases de la élite en la región, como los tayikos. Aparte del idioma, una parte importante de la población afgana es chií, la rama religiosa oficial de Irán. De esta manera, los iraníes aprovechan este lazo cultural con la minoría chiita del país —principalmente, los harazas— para justificar los proyectos económicos que están llevando a cabo en Afganistán.

Afganistán, entre el caos y la oportunidad

Por otra parte, no debe desdeñarse el apoyo que ha dado Irán a la insurgencia, principalmente a los talibanes, mediante el adiestramiento de sus miembros y el suministro de armas. La estrecha relación que mantiene Irán con los talibanes no es para nada ideológica —mientras que los iraníes son chiíes, los talibanes son suníes—, sino porque Irán desea impedir a toda costa la presencia militar internacional en Afganistán. Más allá de los intereses nacionales, este país está intentando ejercer el difícil papel de mediador en la rivalidad afgano-pakistaní. Irán siempre ha sido consciente de la conveniencia de aumentar sus intercambios comerciales con ambos países y para ello ya ha propuesto medidas liberalizadoras y de reducción de aranceles para el intercambio de productos.

Para ampliar: “Compromisos e intereses internacionales para el futuro de Afganistán”, Mario Laborie Iglesias en IEEE, 2014

Rutas codiciadas entre amapolas adormecedoras

En los últimos tiempos, Afganistán se ha convertido en el principal exportador de opiáceos del mundo. Unas 200.000 hectáreas de tierra del país están destinadas a cultivar amapolas opioides, que no solo abstrae a la propia población de sus dolencias —muchos afganos utilizan el opio como una especie de automedicación ante la falta de recursos y las carencias de las infraestructuras sanitarias—, sino que también constituye la principal fuente de ingresos para aproximadamente un 20% de la población.

Para ampliar: “Oro intravenoso: geopolítica del opio (2/2)”, Daniel Rosselló en El Orden Mundial, 2016

A pesar de esta gran perdición y de toda la debilidad estructural que acarrea al país, Afganistán no deja de ser un emplazamiento escogido por la caprichosa naturaleza para soterrar los recursos naturales y energéticos más codiciados por los colosos vecinos de la región: hierro, cobre, litio, oro, potasio, aluminio, carbón, gas natural y petróleo son solo algunos ejemplos de la lujuriosa lista que atesora Afganistán.

En este sentido, destaca la importancia del papel que juega China sobre Afganistán. La gran potencia económica y comercial por excelencia también tiene su talón de Aquiles, y es que China es el mayor consumidor de energía a nivel mundial, de lo cual también puede deducirse que padece una elevada dependencia energética y falta de control sobre sus vías de suministro, principalmente de gas y petróleo. En la actualidad, el 80% de la energía que consume China proviene de Oriente Próximo y los petroleros tienen que cruzar por una ruta que pasa por el estrecho de Malaca, controlado por los Estados ribereños aliados de Estados Unidos. China es consciente de la necesidad urgente de desarrollar una estrategia que permita mermar esta debilidad, principalmente a través de la construcción de gasoductos, ferrocarriles y carreteras en la zona. Así, destaca el proyecto del gasoducto Turkmenistán-Afganistán-Tayikistán-China, en cuyo guion Afganistán desempeñaría un papel clave diseñado por el gigante chino para cumplir con sus expectativas estratégicas comerciales.

Afganistán, entre el caos y la oportunidadTurkmenistán se encuentra en una posición estratégica clave en varios de los gasoductos propuestos en la región de Asia central. Fuente: Top Energy News.

Pero los intereses del gigante chino en Afganistán no acaban aquí. Enlazando de nuevo con la cuestión étnica, China también tiene mucho que contar. La estabilización de Afganistán resulta clave para impedir la expansión del terrorismo yihadista al interior de su territorio. La entrada de terroristas yihadistas a China a través de Sinkiang constituye uno de los principales desafíos en cuestión de seguridad a los que tiene que hacer frente el Gobierno chino, ya que un 45% de la población en esta Región Autónoma es de etnia turcomana-uigur y profesa el islam suní. Asimismo, en Sinkiang están proliferando grupos extremistas que se rebelan contra la preponderancia cultural han y a su vez mantienen lazos fuertes con los talibanes y Al Qaeda.

Un futuro incierto

Aunque aún prevalecen en el territorio tropas internacionales que ayudan al Gobierno a luchar contra el terrorismo, la retirada de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en 2014 estrena un nuevo escenario regional. Un escenario que parece mucho más imprevisible que antes, donde se complica la cooperación económica y el terrorismo se convierte en el agente que motiva el círculo vicioso que azota a la población civil. Pero Afganistán sigue brillando en la oscuridad. Si aprende a exprimir toda la riqueza que encierran sus reservas minerales y de petróleo, podría incluso convertirse en un jugador activo de la región y ser el envidiado de todos sus colosos vecinos, que anhelan tener a su disposición un depósito perpetuo de materias primas. Pero para llegar hasta este escenario Afganistán depende casi en su totalidad de la ayuda internacional para superar su actual dependencia de las drogas y comenzar a edificar las infraestructuras necesarias para su modernización.

Para ampliar: “El tesoro mineral de Afganistán”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2015

El gran desafío es evitar que Afganistán se desplome definitivamente en el precipicio y quede condenado a ser un Estado fallido para siempre. Su gran importancia geoestratégica y sus inmensas reservas no van a desaparecer ante el caos, pero la gran pregunta que queda por resolver es cómo debe solventar sus complicaciones internas para convertirse en un país autosuficiente. Después de casi cuatro décadas de guerra, Afganistán sigue luchando diariamente para no caer en la metástasis del tiempo y en el olvido de la opinión pública internacional.


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