Afilar herramientas
En estos días de ausencias, escasas sustituciones, tos, mocos y catarros mil, es fácil que las agendas se acerquen, llegando incluso a sobrepasar los 60 pacientes.
Lo más destacable es el número de aquellos que vienen sin cita previa: muy cerca de la veintena y por los más diversos motivos: conseguir alguna receta, rectificar otras... un resfriado, una diarrea... solicitar un justificante, un parte de baja... o un largo etcétera... aunque desde luego y en casi ningún caso suelen ser motivos que justifiquen las prisas ni la urgencia.
Cada día damos un paso más, avanzando en la sinrazón del todo vale o del todo debe ser atendido o visto, una cuestión que no se detendría en ser cuestionable, que incluso puede llegar a erigirse en todo un atentado contra la Salud Pública, por cuanto supone de indiferencia para con la capacidad del trabajador y/o de irrespetuoso e irresponsable riesgo para el usuario/paciente.
En la esencia de la definición del médico, es algo que se intuye: en el modo de sentir la profesión debe de existir una llama de enconada rebeldía contra estas formas de entender la planificación de su tiempo... Lo que no se comprende es que tantas decenas de miles de llamas no basten para evitar este creciente despropósito.
Me contaban el otro día la fábula del leñador que acudía cada mañana al bosque, a cortar leña... Comenzaba muy temprano, talando árboles sin parar, sin otorgarse ni un solo respiro, por lo que no entendía que un compañero suyo, quien se concedía periódicos descansos, acabase la jornada cortando más árboles que él... Cuando indagó acerca de los motivos que podrían explicar tal supuesta sinrazón, su capataz le respondió:
-. ¿Cuando fue la última vez que afilaste el hacha?
-. ¿Afilar el hacha?... ¡Estuve tan ocupado abatiendo árboles que no tuve tiempo de pensar en eso!
Queridos lectores: ¿acaso los médicos no necesitamos también afilar nuestras herramientas...?