Revista Opinión
>La felicidad no es una emoción espontánea que nos sobrecoge de forma involuntaria, como la ira, el miedo o la alegría, sino un placebo o simple “descansillo” sentimental racionalizado por nuestro afán de hacer más soportable una vida de lucha, frustraciones y desgracias. Buscamos, en medio de las dificultades, cualquier asidero que nos ofrezca una sensación de beneficio o seguridad y nos proporcione cierto alivio y placidez. Los optimistas hallan felicidad hasta en la enfermedad. Los pesimistas desprecian incluso las puestas de sol.
>La filosofía no ofrece respuestas, sino que incita hacer preguntas, a dudar de ti mismo y de lo que te rodea, impulsándote a rastrear continuamente las causas de cuanto es y acontece. También de lo que eres y persigues. La filosofía cuestiona toda afirmación y certeza.
>Por mucho que me acerque al origen de lo existente, siempre tropiezo con una explicación irracional: Dios o una explosión. Al parecer, no estamos capacitados para racionalizar lo absolutamente inimaginable e incomprensible.
>¿Qué es el mal? Un convencionalismo, lo mismo que el bien.
>Profundicemos sobre el mal, ¿realmente existe? Depende de cómo se defina o se entienda. Para los creyentes, el mal es la ausencia de Dios. Para los descreídos, una condición de la libertad y un acicate del egoísmo. Para todos, es mera consecuencia de la conciencia humana, que no sólo interroga su existencia, sino que atribuye significados y valores a la vida y al mundo. Un león no se entretiene en tales disquisiciones: mata por instinto, sin conceder enjuiciamiento moral a su conducta. Pero el hombre se convierte en encarnación del mal si se comporta como los animales. El mal es una convención establecida para protegernos de nosotros mismos y garantizar seguridad a nuestra convivencia y nuestras posesiones.