Foto de Flowizm
África, en general, aparece poco por la gran pantalla de los deportes de élite. Sólo el fútbol o el atletismo se han acostumbrado a encontrar grandes individualidades africanas. Pero en cuanto a las competiciones de equipo, como las selecciones, las participaciones africanas son observadas más como una cosa exótica que como una candidatura a hacerse con la victoria final. Es más, aún existen especialidades que parecen vetadas para deportistas negros o africanos. Si uno hace memoria, quizás pueda recordar un par de tenistas negros, pero ninguno africano. Otro tanto pasaba con el ciclismo, hasta ahora. Poco a poco el ciclismo de élite se está abriendo, hasta el punto de que, guste reconocerlo o no, África ya cuenta con un ganador de la general del Tour de Francia.
Christopher Froome, ese insolente chaval de pedalear heterodoxo, se hizo con la victoria de la ronda francesa en 2013. Por entonces se hablaba de dominio británico en Francia, ya que tanto el ganador del 2012, Bradley Wiggins, como su equipo, el SKY, venían de más allá del canal de La Mancha. A esta lista se pretendía sumar a Froome, y la oficialidad le sumó. Sin embargo Christopher nació en Kenia, con cuya selección llegó a correr algún campeonato del mundo, y creció en Sudáfrica. Sin duda animado por las mayores opciones de relevancia en un Mundial, y por ser la nacionalidad de sus padres, Froome decidió renunciar al equipo keniata para correr con el británico. Pero eso no quita para que Froome fuera el primer ciclista africano en ganar el Tour de Francia. Eso sí, Froome no fue el primer ciclista africano en vestir el maillot amarillo de líder. Curiosamente ese honor recae en Daryl Impey, ciclista sudafricano que se lo enfundó sólo dos días antes que Froome, también en la edición de 2013.
Se esperaría que el primer corredor africano en destacar en el ciclismo fuera de raza negra, ya que parece un deporte que requiere condiciones físicas similares al atletismo. Pero ha sido blanco. Hay figuras keniatas o etíopes en el atletismo de fondo, pero no así en el ciclismo de élite. Y esto es fruto de la carencia de infraestructura ciclista en el continente. El recorrido que realiza un ciclista hasta el profesionalismo requiere de unas competiciones amateurs que tengan la suficiente relevancia como para llamar la atención de ojeadores venidos del profesionalismo. Requiere, como cualquier otra disciplina deportiva, de una tradición de práctica en una zona, de un acceso a determinados materiales y de oportunidades de competir, para poder destacar.
Si bien, a excepción de Froome, no hay africanos que destaquen, sí que podemos ver cómo éstos, especialmente los sudafricanos, se han ido dejando ver en la historia del ciclismo más reciente. Pocos, eso sí, ciclistas de color. Uno de los ejemplos más recientes es el de Natnael Berhane, ciclista del equipo Europcar que fue el primer corredor negro en ganar una etapa o prueba en la máxima categoría del ciclismo mundial –en la Vuelta a Turquía de 2013- y es la gran esperanza del ciclismo africano en estos momentos –si dejamos de lado los éxitos conseguidos por Froome.
Los corredores africanos, y especialmente los de raza negra, habían sido hasta ahora una anécdota a pie de página de la Grande Boucle, como se conoce al Tour de Francia. Durante los 90 –no recuerdo qué año- hubo presencia de un corredor de color que no aguantaba el ritmo del pelotón un día tranquilo. Los comentarios y el trato de la prensa contribuía a desarrollar y mantener el denominado efecto Moussambani, en referencia a aquel nadador que Guinea Ecuatorial envió a los JJOO de Sídney sin apenas saber nadar –había aprendido un año antes. Son el mito del buen salvaje incorporado a la prensa rosa deportiva que contribuye a ver a los participantes africanos y africanas como agentes exóticos de la competición, no como participantes relevantes. Con las excepciones de algunas disciplinas deportivas.
Kévin Réza fotografiado por J.S. Marguet
Cuando alguno de ellos destaca se convierte fácilmente en noticia. Es lo que le pasó a Kévin Réza, ciclista francés del Europcar que este año ha corrido su segundo Tour, destacando un día en una escapada frustrada. Reza creció en un suburbio de Versalles y su camino hacia el profesionalismo ha estado plagado de las dificultades propias de ese cinturón del odio parisino. En el Tour de 2014 fue noticia por tomar prestada la cámara de un aficionado, pero también por ser víctima de presuntos insultos racistas por parte de un compañero suizo en una escapada.
Poco a poco el ciclismo parece que se está incorporando a esta visión de los africanos como deportistas referentes –lo del deporte femenino en África ya es otro cantar. La Vuelta a España 2014 que se está disputando estos días es la primera gran ronda de tres semanas en la que toma parte un equipo ciclista profesional africano. Se trata del sudafricano MTN-Qhubeka, que cuenta entre sus filas a una gran mayoría de corredores sudafricanos de raza blanca, pero también corredores etíopes o eritreos. Tiene licencia Profesional Continental, que no es la que corresponde a un equipo de primera división profesional -UCI PRO-Tour-, pero que permite obtener una invitación para las principales carreras del circuito mundial de la UCI. Ha sido el primer equipo en lograr una victoria en el circuito europeo, el más exigente. Aunque lo consiguió con un alemán.
Historias como la de este equipo serían imposibles sin la consolidación del circuito africano de ciclismo que hemos vivido los últimos diez años, el UCIAfrica Tour. Además del central circuito europeo, al que se le añadieron los norteamericanos y australianos –con un circuito latinoamericano muy alejado del gran público-, el ciclismo se está extendiendo hacia circuitos emergentes. El Tour de China o el de Qatar son ejemplos de ello. En África Subsahariana el ciclismo también existe. Y lo hace de la mano de carreras como el Tour de Camerún o el Tour de Eritrea. Aún no se ha dado el caso de que participen los grandes del pelotón –cosa imprescindible para el crecimiento de esta especialidad en el continente-, ni si quiera cuando éstos se han retirado de la élite deportiva, pero una cosa es segura: el ciclismo en África Subsahariana ya existe, y tiene relevancia más allá de esos París-Dakar que constituyen las carreras de aventuras por los desiertos.
Váyanse acostumbrando, porque un día se desperezarán de la siesta y verán a un africano recibiendo besos y un leoncito mientras se pone el maillot amarillo de líder. Aunque quizás lo hayan visto ya, pero no lo supieron reconocer entre tanta Union Jack.