Ponientazo de sol a luna. En el Paillero, los tertulianos de la Semana de Lucha Social dibujan la conversión del trabajador en consumidor, de la persona en usuario. El paseo comercial conduce a África, que vive en San Antonio. Todas las edades, todos los colores, viejos sentados en los bancos, chavales en el suelo, erasmus danzando por la plaza y un ritmo contagioso y vacilón que mueve al personal, danza expresiva que invita a bailar. Conclusión: los blancos no saben bailar. Los negros son los amos del universo. Ellos fundaron el baile de la liberación. Los blancos lo transformaron en moda. África siempre guardó la llave del compás. Los blancos vendieron mejor la moto, de algún modo robaron el alma a Robert Johnson, a Otis Reding, a Chuck Berry, a Miles Davis y finalmente a Bob Marley. Negro soble blanco, nada sonaría igual sin estos negros, su influjo ha "contaminado" incluso a los hijos de los hijos de sus antepasados. San Antonio lo siente. Cuatro figuras africanas desatan la pasión en la fiesta de la libertad de expresión. La gente se desparrama por la plaza y aledaños en perfecta comunión. Otro milagrito callejero. Buen sonido. Primera sorpresa agradable, la cantautora senegalesa Njaaya y su grupo. Pop luminoso, sones de ida y vuelta, reggae intenso y sugerente, bailes de la tierra, del barrio de la Medina de Dakar, alegría y buenas vibraciones. Un canto a la mujer libre en varios idiomas. La artista combina ritmos, lenguas y cantos al aire con asombrosa naturalidad y engancha al personal de primeras. Chicos y mayores se sueltan el pelo. Castañuelas africanas. Niños jugando al fútbol, padres observando la jugada, pandillas estrenando la primera litrona. Funky, rap, la mujer lleva la voz cantante. Ella canta a la vida social. Pasa una piba disfrazada de Paris Hilton, y un tío con una camiseta que muestra a un payaso llamado Bush, el padre putativo de esta crisis. Muchas alicias en el país de las mentirijillas, más erasmus moraos y la herencia de Bob Marley en el corazón de la música africana. Acentos variados, notable recital de Njaaya, que da paso a sus compatriotas Da Brains, raperos enfundados en atávicas ropas hip hoperas de franquicia. "Tate quieto ya, Pablo", conmina un padre de los nervios. "I love you, Cádiz", suelta uno de los armarios empotraos del combo de tecno electrónico que allá arriba reinventa el "rock around the clock" de Bill Haley en adobo, lo mexcla todo en curiosa alquimia rapera, y llama a la participación de la gente. Todos a bailar el baile de la liberación, algo así como la Macarena de Senegal, como si ellos fueran los del River of Babylon. Pelín macarras, pelín horteras, se descamisan y comienza la despedida de soltera de África, freedom por las narices, la aliteración al poder, Cassius Clay empastillao o similar. Por un momento, el espíritu de los pitufos se cuela sin avisar en el corpachón de estos brujos del carrefú del ritmo.
Vuelve la cordura con Salif Keita, la voz dorada del continente negro. Los senegaleses se toman un helado en los Italianos, las coristas de Keita abren fuego y él, con guayabera tropical y carita de domingo dirige la función de color blanco y naranja, el guitarrista solista, extraordinario, va de blanco islámico, y los erasmus, de violeta tirando a dar. Elegante y distinguido, Salif ofrece un concierto imponente, brillante y rompedor, pleno de ritmos globales, mestizaje espectacular de estilos y hechuras musicales. Los negros del público demuestran su destreza, qué arte más grande. Un morenito con pantalones verdes luce precisamente una camiseta en honor del rey, Bob Marley, otra vez Bob Marley, y Salif Keita, en ocasiones, suena a Carlos Santana o a un Eric Clapton inspirado tomándose un daiquiri en el bulevar del oceáno. Otro negro en camiseta, Ruta 66, se acerca a un compi desconcertado, que le cuenta cómo acaba de ser cacheado de aquella manera a manos de la Policía blanca de Cádiz. En fin. Bullazo del quince en la torre de Babel. Huele a tabaco de pipa. Mil maneras de bailar en torno a Salif Keita, cada loco con su tema y una música sensacional, tan rica en matices como cercana en ritmos, un surtido de categoría.
Una pareja de descalzo baila un tango, la chica de junto se transforma en niñata del exorcista, luego aparece un gachó recién salido del último capítulo de Lost Serrano, Rafa Marín dixit, y Salif Keita tiene pellizco cuando sube la voz, ahora temblorosa, ahora rotunda, y ejerce de maestro de ceremonias del baile definitivo de la liberación, suave y significativo. Lástima que los del tenderete pidan veinte euros por un disco del Keita, se conoce que el tío viene de Europa, aquí ya no las gastamos de ese modo, eso era antes. Hoy, cervecitas a un euro y vámonos que nos vamos.
Fin de fiesta más propio de un afterhours salvaje y surreal. El dance trance del Congo, Konono pa rematar la faena. Un grupo de punk electrónico, o algo así, que hace una hartá de ruido con artilugios raros confeccionados con imanes a resultas del desguace de coches, una cosa industrial que espanta a unos y cautiva a otros y que a la postre deriva en monotemático chunda chunda atroz que recorre las calles de medio Cádiz por mor del ponientazo, nada que ver con el entrañable Levante africano.
Mayo 10, Cádiz, Diario de Cádiz