Como ya sabréis los habituales a este blog, la redonda del Redondal se ha convertido en un pentagrama ya que cuatro voces más se han unido a este proyecto que ha dejado de ser hermético y estanco para pasar a ser mágico y diverso. Pues bien, a la hora de decidir quién debía empezar a crear nuevo contenido y artículos, (sin contar con los artículos reciclados de semanas anteriores) nos lo jugamos a la pajita más corta. ¿Adivináis a quién le tocó? Aún tengo sospechas de que la Eremita en su variante de Loki, se metamorfoseó en una ramita minúscula para que fuese yo el que pringase. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Pero, en fin, lo pasado, pasado está. ¿O quizá no? Ya veréis que el pasado va a tener una gran importancia en el tema del que voy a hablaros a continuación.
No tendrá los hue… de hacer un juego de palabras con figuras geométricas que no va a entender nadie, ¿verdad?… Pues sí, lo ha hecho.Como la originalidad no es mi fuerte, para este segundo artículo de la nueva era del Redondal voy a hablar de otra serie. Si la última vez hablé de The Boys (por cierto, ¿habéis visto ya el inicio de la segunda temporada? Y si no, ¿a qué esperáis?), la serie que nos ocupa hoy no podría ser más diferente. No es otra que After Life, que podríamos traducir como “La vida restante”. Una producción que ha estrenado hace escasos meses su segunda temporada en Netflix, que juro que me paga aún menos que la Eremita por mencionarla.
La serie tiene como mayor reclamo a la figura de Ricky Gervais, cómico británico superconocido allende de nuestras fronteras, que suele acaparar minutos en los telediarios, programas de zapping y Trending Topics cada vez que presenta los Globos de Oro por alguno de sus exabruptos. Yo lo conocí hará cosa de 11 años, escuchando un monólogo suyo en, atentos a la alocada superposición de medios audiovisuales, el videojuego Grand Theft Auto 4. Sí, aparte de robar coches, apalear prostitutas y ser, en general, un mafioso, podías ir a escuchar algún monólogo y echarte unas risas entre tiroteo y tiroteo. El caso es que cuando lo escuché, supe que Gervais era uno de los grandes y desde entonces lo sigo de forma esporádica. Básicamente, decidí ver la serie en cuanto supe que él era el protagonista.
¿A que parezco buena persona? ¿A que sí? Pues los actores de Hollywood me ven y se echan a temblar. ¿Te lo puedes creer? ¡Lol!Mi sorpresa fue mayúscula al leer la sinopsis de After Life:
Tony (Ricky Gervais) llevaba una vida perfecta. Pero tras el repentino fallecimiento de su esposa, en vez de suicidarse decide llevar al límite lo que se puede o no hacer y empieza a hacer y decir todo lo que le da la gana. Algo que será complicado cuando todo el mundo decide intentar salvar a la buena persona que conocían.
Había margen para la comedia, desde luego, pero aquello parecía más un drama que otra cosa. Por lo que yo sabía de Gervais, ni el drama ni la profundidad emocional eran lo suyo y era un actor bastante justito. Como suele pasar con los prejuicios, no podía estar más equivocado. Esta serie es un drama, cierto, pero también una comedia, una crítica social y, en general, un canto a la vida sin desdeñar el lanzarle una mirada a los ojos a la muerte. En un mismo episodio puedes soltar unas buenas carcajadas mientras aún te estás limpiando las lágrimas que te ha provocado la escena anterior. Es agridulce y a menudo absurda, como la vida misma.
No quiero destripar mucho del argumento, pero nos cuenta la historia de Tony un periodista cincuentón que pierde a su mujer y se pasa las mañanas mirando los vídeos que ella le dejó, muchos de ellos llenos de recuerdos felices y de consejos para que él siga cuando ella ya no esté. Tony es un hombre que no quiere vivir sin el que fue su gran amor a su lado y que se convierte en un cínico por el mero hecho de tocarle las narices a los que le rodean antes de saltar por la ventana. Pero unos cuantos personajes se empeñan en mantenerlo a flote, incluido su perro, Brandy. Mientras tanto, veremos una estrafalaria procesión de personas que aparecen a su alrededor. Son los inadaptados o “loosers” que el sistema se empeña en expulsar hacia el exterior con su descomunal e indiferente fuerza centrífuga, pero también son los que muchas veces comprenden mejor que nadie lo que significa ser humano y acaban por dar con la elusiva tecla que, al ser pulsada, provoca la alegría de estar vivos. Una tecla que a menudo no vemos por no ser, precisamente, grande, lustrosa ni estar iluminada por LEDs.
Así que no esperes ostias, superpoderes ni humor descerebrado (aunque sí faltón, ofensivo y con carretadas de palabrotas, marca de la casa de Gervais). Tampoco esperes un drama sesudo para señores gafapastas. Aquí solo verás sonrisas y lágrimas, pero, por suerte, sin nazis ni canciones que supuren almíbar.