Revista Opinión
Agosto se derrite en el calor de su último fin de semana dejando las ciudades desiertas y los campos ardientes para que los veraneantes apuren unas playas atosigadas de sombrillas y toallas. Un cielo escandalosamente azul vela los últimos estertores de un mes tan señalado que sus días se confunden con la estación y nos hacen creer que, con su agonía, también muere el verano. Hacen brotar sensaciones infantiles que surgen de súbito de entre los recuerdos de una vuelta al colegio que aborrecíamos por marcar el final de las vacaciones y el retorno a las ataduras de lo pautado y reglado. Y los estremecimientos de las caricias y los susurros que con agosto abandonaríamos en las playas de nuestra juventud, donde se quedaba lo único que podía rompernos el corazón, el amor, como canta Gwyneth Herbert.