Revista Opinión
No era “normal” un mes de julio tan fresco, tan agradable que todos temíamos una irrupción del calor cuando más confiados estuviéramos. Y como esperábamos, agosto se ha presentado no sólo con calor, sino con la primera ola de un calor con temperaturas superiores a las habituales en esta fecha. De un día para otro, pasamos de la benignidad de julio a la malignidad calorífica de agosto, lo que ha desatado los primeros fuegos forestales que ya han calcinado cientos de hectáreas y las primeras muertes a causa de insolaciones y golpes de calor. Agosto, pues, se comporta de manera infernal, como si tuviera intención de cobrarse lo que julio nos había regalado: el relajo de las temperaturas veraniegas. Una lengua de fuego recorre desde entonces el sur y el oeste de la península haciendo saltar los termómetros por encima de los 45 grados centígrados. Ni las temperaturas nocturnas descienden lo suficiente para que podamos conciliar el sueño sin estar bañados en sudor. Las calles y los edificios no terminan nunca de irradiar calor cuando ya el Sol asoma por el horizonte de un nuevo día y vuelve a recalentarlos para convertirlos en hornos en los que nos sentimos asados como sardinas. Y los aires acondicionados no dan abasto para combatir tanto calor, alegrando las expectativas de las compañías eléctricas. Al parecer, el aire asfixiante continuará quemando nuestros pulmones hasta mediados de la semana próxima. ¿No echábamos de menos el calor? Pues ha venido agosto para darnos taza y media.