Revista Opinión
Los días de agosto están sucumbiendo, entre bochornos y ramalazos de frescor, a la morriña de una luz que hacía eternas las tardes de calor. El anochecer avanza despacio en la reconquista de su frontera claroscura con la que hace retroceder cada día al verano. Poco a poco, casi imperceptiblemente, las noches consiguen ganar minutos que arrebatan a la luminosidad refulgente del estío. Los árboles, vigías de esta batalla entre la noche y el día que hace mudar las estaciones, comienzan a presentir la sutil llegada de los fríos subiendo por sus raíces y se aprestan a sacrificar las primeras hojas con las que se rinden a un otoño que todavía se esconde tras el horizonte. Las cabañuelas de este agosto que consuma sus días auguran romances de agua y viento que volverán a regar la tierra. Y la fertilizará con la esperanza de un tiempo nuevo que hace germinar las semillas del amor.