Revista Viajes
No por haberse reproducido en millones de fotos, ni por haberse convertido en el icono de la India más turística, el Taj Majal deja de ser menos bello. La historia romántica que sustenta esta construcción mogola del siglo XVII queda, no obstante, aislada en el tiempo y rodeada de podredumbre urbana. Por ello, conviene recordar también en qué contexto urbano se sitúa esta maravilla. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
El paso previo por otras ciudades de la India ya nos había vacunado para enfrentarnos a un nuevo lugar contaminado, sucio y agresivo. Agra, antigua capital mogola y, junto a Delhi y Jaipur, parte del llamado “triángulo dorado”, no nos decepcionó a este respecto. Se trata de una ciudad de crecimiento desmesurado, regularmente fea y adornada en ciertas glorietas con pequeñas estatuas conmemorativas y policromadas que le confieren un toque infantil. Agra, una vez más, era un ciudad, intransitable para los amantes del paseo urbano, como somos María José y yo. Nuestra primera toma de contacto con aquel medio estuvo motivada por la necesidad que dos de nuestras compañeras de viaje tenían de hacerse una fotografía para el visado de Nepal. Al bajar del autobús, acudió la acostumbrada multitud de vendedores, pedigüeños y curiosos. Somos dinero, somos cosas, somos raros. Así es como generalmente se nos ve. Al final llegamos al hotel y allí tuvimos una agradable sorpresa, pues desde la ventana pudimos ver, convertido en realidad, ese milagroso prodigio de belleza que es el Taj Majal. Aquella hermosa tumba del siglo XVII, dedicada a una esposa, contrasta, en la distancia, con el contexto de una ciudad anodina y contaminada. Al salir de la burbuja del hotel comienzan, naturalmente, las ofertas de los taxistas, que son capaces de acompañarte durante largos trechos manteniendo un tenaz pulso. Un vez más, olor a gasolina no refinada, casas y tiendas amontonadas, y calles sin luz cuando anochece. A pesar de todo ello, logramos llegar hasta las inmediaciones del monumento y vislumbrar en la oscuridad alguna de sus cúpulas. Tuve una sensación semejante a cuando vimos al anochecer la Ciudad Prohibida de Pekín. El monumento, sencillamente, vive asediado por una ciudad de desarrollo insostenible. Tan sólo un lado del Taj da al río, pero este lugar es ahora inaccesible por el miedo a un atentado terrorista. Cuando intentamos rodear el gran conjunto monumental por la parte urbana nos internamos por un laberinto de callejuelas. Al día siguiente, tras severos controles de acceso, disfrutamos del edificio como cualquier turista. El recinto está inmaculado, y el turista, generalmente, llega hasta allí en pequeños autobuses. Todo está pensado para no tener apenas contacto con la sucia realidad que lo rodea, pero esa sucia realidad también lo define, en su absoluto contraste. Por la tarde, al fin dimos un paseo por una suerte de avenida que terminaba en el mismo lugar a donde acudimos por la mañana. Vimos elefantes y vacas, y hasta nos sentimos bien a pesar de las constantes ofertas de taxistas y vendedores. FRANCISCO GARCÍA JURADO