("Agua bendita", iglesia de Saint Sulpice, París)
Esto fue lo que leí ayer en la clausura de la exposición fotográfica UNA VENTANA AL CIELO de Mariam Krasner:
El ojo avizor del fotógrafo es único y éste a su vez se conecta con momentos e instancias irrepetibles. Tal vez como ejercicio, sería interesante que tratara de tomar la misma foto, logrando la misma luminosidad, los mismos matices y colores para calcar su propia obra. Esto sin lugar a dudas suena imposible, que amén de las dificultades de volver a una ciudad distante en el mundo para hallar nuevamente el objeto de la foto, las emociones que tuvo la autora al momento de congelar la imagen, también va en ese sentido de irrepetibilidad.
Mariam Krasner jugó con la luz, con el centro de atención de la fotografía. Esto sin duda sería el lugar común de cualquier fotógrafo. No obstante, el hecho artístico de tomar una foto digna de exposición, de sacarle intención y casi poesía a una imagen, es lo que hace de “Agua bendita”, una de mis fotos preferidas, y no digo de las mejores, puesto que sería entrar en la subjetividad de cada quien.
Esa pila bautismal se encara al cielo, a una luz que le llega casi en posición cenital. No sabemos si de la luna o el sol, pero esto termina siendo irrelevante. Tal vez por la fuerza con que irrumpe en la oscuridad que domina toda la foto, pudiera inferirse que es el astro rey que colabora con Krasner. Empero, ¿no pudiera ser que por su pericia técnica dejó abierto el tiempo necesario el ojo de su cámara para lograr esa imagen gracias a la luna? No sería tan descabellado. Y si esto fuera así, imagínense el encuentro antagónico entre una luna de aquelarre y una pila bautismal cristiana, casi una herejía.
Imaginerías a parte, ese objeto construido a base de piedras sacramentales y que guió a muchos a dar un paso más hacia la purificación, proyecta un eclipse perfecto que no acaba jamás, que contrasta su calidez en comparación con el –probablemente– frío piso del lugar. Ese anillo luminoso que destaca por su perfección, quedó inamovible para el disfrute de quien lo mire gracias al talento de Mariam Krasner.
“Agua bendita”, como concepto fotográfico, dice mucho o pudiera decir mucho. Tan sólo debemos respirar profundamente justo cuando estemos frente a ella, distendernos y olvidarnos de las preocupaciones; comulgar en ese instante con lo que nos dice la foto, abstraernos y dejarnos atrapar por el momento inigualable. Justo allí, en ese estado de transparencia, casi de trance, tal vez logremos mirar con los propios ojos de la autora, el bautismo que logra en cada imagen y ver el cónclave de invisibles ángeles que la asisten, como diáconos ocultos tras la cámara, que purifican y engalanan sus fotos como regalo de Dios.