El cielo arbitra la lucha constante entre el aire y el agua,
la opulencia de los árboles en el verano desliza su verdor acuoso entre mis anhelos.
Tal vez las chicharras detengan su canto en la solemne noche de agosto,
tras la cortina falaz del agua corriendo cerca en su cauce: el río
El río…
Nunca lleva la misma agua, decía Heráclito, mas no era cierto;
el agua siempre es la misma.
Se recicla, se evapora y sube al cielo entre las nubes y, tras su viaje, vuelve a caer sobre la tierra;
un ciclo que se repite una y otra vez, eternamente, infinitamente.
El río lleva agua alegre;
a veces se remansa en pequeños lagos encharcados y fuentes
su quietud subyuga a las aves, al musgo,
a ese pequeño submundo acuático que alimenta de ella sus sueños,
pero la vida sigue fluyendo entre las corrientes submarinas del mar también.
La frescura de su paso entre la negra tierra,
en la formación de los espacios universales,
agua que vive, agua que es vida.
Camino entre la hierba y los guijarros con pies desnudos
sintiendo su textura lisa y dura,
su belleza pulida por el cristal del agua,
la erosión de su movimiento constante,
el sol sobre su lecho haciendo de las suyas desde su eterna altura;
ahora miró el agua cubrir mi cuerpo como si fuera su dueña
y todo el verano se diluye ante mí ;
soy agua, soy verano y me sumerjo en su esencia.
Publicado en Cuaderno de poesía 8 “Poetas sin sofá” Castellón