Revista Cultura y Ocio
Creo que no basta con creer en algo y llevar esa creencia a la vida, haciendo que de algún modo la gobierne o la conduzca. Hace falta proclamar que creemos, hacer ver al resto esa incontrovertible manifestación de nuestro espíritu. En ese hilo de las cosas, creo que también es legítimo contar que no creemos en absoluto, crear la percepción exacta de que no nos mueve ninguna inclinación religiosa. Lo que sucede con frecuencia es que se acepta con más comprensión al creyente, a quien somete al criterio ajeno la esfera privada de su religiosidad, y se rechaza, en ocasiones con desmesura, a quien ofrece al resto su descreimiento. Quizá convenga entonces una especie de consenso en esas posturas enconadas. Mi amigo K. lleva toda la vida mostrando su lado laico o su lado ateo o su lado agnóstico o las tres versiones de una misma realidad espiritual, y no ha dejado de sentir el apartamiento, ese ser señalado como una especie de apestado. Los que no creen, a decir de algunos de los que sí lo hacen, son los descarriados, los que no poseen a Dios en la conciencia, pero sí lo tienen alojado en su interior, presente y secreto. Los descreídos no suelen caer en descalificar la autoridad moral de los creyentes. Crees en Dios, pero no lo sabes. Suelo escuchar eso de vez en cuando. Lo dicen con absoluto convencimiento. No sé si ese mismo entusiasmo sería admisible en el caso de que el laico o el ateo o el agnóstico hiciera una manifestación semejante: No crees en Dios, pero no lo sabes. Al final va a ser todo una cuestión lingüística. Todo se deja embutir en el chasis de la sintaxis, en el modo en que las palabras se juntan y se separan. No recuerdo ahora qué poeta dejò escrito que el hombre nunca sería agua en el agua. Es la muerte la que lo emponzoña todo, la que forja las metáforas, la que arbitra sus argucias para que el hombre, abandonado a su pobre suerte en el cosmos, arañe salmos del éter, le confisque consignas a los poetas y manuscriba el prontuario de la salvación. Cada religión prescribe uno. La percepción de la eternidad, la posibilidad de que exista un mundo más allá de éste, inventa las religiones, inventa sus dioses, funda la fe, que es una especie de confianza ciega. A K. le incomoda ir sin ver, pero a veces (le digo) las cosas invisibles son las que realmente importan, las cosas que solo puedes percibir si abandonas lo racional. La misma poesía adquiere sus rudimentos en este bosquejo de tecnología iluminativa que voy aquí dejando, sin saber uno mucho, pero quién sabe de esto algo más que uno. Considerar al final que toda estas reflexiones sobre la divinidad sean tan solo una poética celestial. Que toda la metafísica pueda ser alojada en un poema.