Revista Opinión
Marzo arranca lluvioso, como si quisiera regar el terreno para una primavera exuberante. Las lluvias barren toda la península y dejan ríos y pantanos desbordantes de un agua que saciará nuestra sed en verano y permitirá buenas cosechas en los cultivos. Limpia la atmósfera de la calima que nos cubrió de polvo y ensució con barro las primeras precipitaciones. Marzo se inicia con el agua bendita que, sin embargo, no adecenta las costras de nuestra política y nuestra moral. Por mucho que llueva, los corruptos se libran de la cárcel y no devuelven lo sustraído. Tampoco ablanda el alma de quienes creen que el color de piel es señal de delito y, por tanto, causa de fronteras y castigo. No quita la venda que vuelve ciegos a los permiten el abuso y la desigualdad con los indefensos condenados de por vida a la precariedad y la pobreza. Ni aclara el entendimiento a los confiados y crédulos que eligen lobos al cuidado de las ovejas, a sinvergüenzas que nos gobiernen y nos roben. Las aguas de marzo sólo sirven para el riego de la tierra, no para la purificación de las personas ni la floración de la bondad y la honestidad. Pero llueve.