El abastecimiento de agua, cuyas obras comenzaron en mayo de 1882 concluyeron, en un tiempo récord, cuatro años después.
Santander contaba con una población de 35.000 habitantes y doce fuentes que producían 400 metros cúbicos de aguas potables, pero éstas eran un foco continuo de contaminación.
En 1885 se produjo una de las últimas epidemias de cólera del siglo, antes había habido otras dos en 1834 y 1854.
La contaminación de la fuente de Molnedo (ya conocemos los problemas de alcantarillado que padecía Tetuán) que servía para obtener agua a San Martín y a Tetuán, fue interpretada como el origen de la epidemia:
Reunía las aguas procedentes de una galería practicada en el fondo de la cañada de Molnedo que desde el lavadero de los Llanos baja hasta la fuente del Obispo; a treinta metros de allí recibe las aguas que bajan de otra galería transversal, y en la calle de Tetuán las de la galería de Pedro Pérez.
Todas vienen al depósito de Molnedo que alimenta la fuente de los Diez Caños (es el nombre que recibe la fuente de Molnedo, situada al principio de la calle), la aguada del puerto, la fuente del Martillo y la del Príncipe.
Estaba expuesta a contaminarse en sus galerías, ya con productos del alcantarillado, ya con aguas sucias del lavadero de los Llanos; tanto estas como aquellas pueden ser, y son, en gran número portadores de gérmenes morbosos.
La muerte y la enfermedad estuvieron presentes en la vida de los primeros habitantes del espacio urbano de Tetuán y San Martín.
En la segunda mitad del siglo XIX, los habitantes de Santander se abastecían de agua de las fuentes públicas, con aguas escasa y de mala calidad.
Las fuentes que había en Santander (Santa, Cañadío, Río de la Pila, Monstruo, Puente, Santa Clara, de los Frailes, Santa Úrsula, Alameda y Becedo) eran muy pobres y poco potables.
La de Becedo, situada en la plaza con el mismo nombre, era una sencilla hondonada rodeada por un muro de piedra de un metro.
Había cinco caños, uno dedicado a rellenar botijos, jaras y botellas, etc. y los demás para las herradas.
Se accedía a ellos por dos escaleras, en las que se guardaban largas colas, hasta de dos horas.
Hubo muchos escándalos porque, en ocasiones, tras la larga espera recogían agua salada.
El motivo lo conocían los vecinos callealteros, que difundieron el rumor de que el agua salada salía por el último de los caños, el del rincón, y ocultaron, para tener el agua potable a su disposición, que sólo sucedía en las dos horas cercanas a la pleamar de las mareas, que llevaba el agua de la bahía a través del colector general de la ciudad.
No se solucionó hasta que se modificó la traída de aguas, tal y como relata el periodista Esteban Polidura Gómez en su libro Cosas de antaño: “La inauguración de la traída de aguas de la Molina, gracias a los entusiasmos y desinterés de don Antonio de la Dehesa, cuyo nombre debe ser sagrado para los santanderinos, hizo desaparecer aquella vergüenza que no supieron evitar aquellos Ayuntamientos, compuestos siempre de gentes burguesas, cuyos descendientes han sido los que después han mixtificado…”.
Antonio de La Dehesa decide cambiar esta situación y consigue en 1884 la meta deseada: dotar a Santander de una abastecimiento de agua moderno, con caudal abundante y de calidad que llegase por tuberías hasta las viviendas y locales.
Antonio de la Dehesa jugó un papel fundamental en toda esta génesis, ya que fue su impulsor.
De la Dehesa «se mostraba indignado por el hecho de que multitud de mujeres tuvieran que hacer largas colas, y después recorridos, para llevar el agua hasta sus hogares, además de por las enfermedades que transmitía dada su contaminación», señaló.
El Alto de Miranda fue la primera zona de Santander en beneficiarse del sistema de tuberías.
Este evento se festejó con un arco triunfal, en la Fuente Monumental en 1885.
Texto: CDM y CANTABRIA Y SANTANDER EN EL RECUERDO