Los guionistas nos tenían una sorpresa guardada. Por fin, se habían propuesto enamorar de nuevo a los seguidores de la serie y habían escrito que Hernán se encontraba con su hermano, sabiendo que lo es. Sin embargo, se arrepintieron, y no solo nos privaron de una conversación entre los dos que sería esclarecedora –y merecida- sino que, además, tal era la trama que Gonzalo no llega a saber que el Comisario lo sabe. Puede parecer un poco lioso, pero si te has perdido, puedes leerlo todo aquí.
En esta ocasión repiten la jugada, parece que el camino se alisa para nuestro héroe, que intuye algo de luz, un primer paso ya no a lo de conocer sus orígenes, sino en su historia de amor frustrada con Margarita. Una vez más, algo se sacan de la chistera y nos dejan con la miel en los labios. A él, a ella, a mí. Pero Águila Roja es una montaña rusa, y en este capítulo lo demuestra muy bien. ¡Alerta spoiler!
Como nos dejaban la semana pasada, Satur y Gonzalo están en la costa a la espera de que aparezcan los guardas con Cipri. Han encontrado una cueva donde esconderse. Y sigo pensando que Águila Roja está muy seguro de que es esa playa. Cosas de héroes, supongo. Aunque ahora empieza a dudar, allí no llega nadie. Hasta que escuchan el galope de un caballo.
Solo aparece un guarda, y muerto. Pero, además, encuentran la camisa de Cipri tirada en la orilla, llena de sangre. ¿La ha traído el mar? ¿Se equivocó Gonzalo y no han llegado antes? Desisten, ni siquiera puede encontrar el cuerpo, así que vuelven sobre sus pasos y se dirigen a la Villa. Mucha atención porque van a pie al lado de los caballos. De la costa a Madrid. Hay que tener valor.
Satur se da cuenta de que ahora es un proscrito, y que no puede volver con Gonzalo así como así. Sus caminos se separan. Pero por dos segundos: encuentran el carro en el que llevaban a Cipri. No escapó, le soltaron. Porque Águila Roja, por las huellas, sabe que habían seis forajidos que mataron a los guardas. Qué fuerte, alguien ha matado a gente que iba a matar él, eso no se hace. Visto que las cosas han cambiado, deciden volver a la playa.
Encuentran a alguien en la cueva. “¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?” Oye, oye. Habló el que se agazapaba esperando a unos para matarles. Ni que la cueva fuese suya. Les cuenta sobre un barco que naufragó hace mucho tiempo y que tiene una maldición en la que los marineros aparecen y se llevan a la gente. Claro, Satur se la cree. “Ay la leche amo, se han llevado a Cipri los espetros.” Gonzalo descubre que ese hombre es un contrabandista, y como cuenta con compañía, son apresados.
El maestro se las arregla para hacer creer al contrabandista que quieren trabajar para él, pero el hombre quiere una prueba de voluntad, que resulta ser darle latigazos a alguien. Adivinad. Sí, ese hombre es Cipri. “O lo haces tú, o lo hago yo.” No sé si habréis visto Piratas del Caribe pero hay una escena IGUAL. Noto cierta inspiración en esta historia, ¿no? Gonzalo quiere que todos marchen en el barco, pero el contrabandista le hace elegir, uno de los tres debe morir y los otros dos les acompañarán.
Cipri es enterrado en la playa hasta el cuello, a espera de que suba la marea. Con un silbido, Gonzalo llama al caballo y entonces desaparece, saltando –ya como Águila Roja- encima de él y liberando a Satur. Ni Superman se cambiaba tan rápido.
Otro que aparece de repente allí es Alonso. Y a pie. Yo esto de que Madrid esté a tiro de piedra del mar no lo veo. Les anuncia que el Rey ha descubierto que el primo le robó los oros, así que son libres. Pero Gonzalo se queda con que su hijo le ha desobedecido. Otra vez. La figura de Alonso es que ya cansa. Qué hartura de hijo.
En la ciudad, la Marquesa sigue entusiasmada con su nueva aventura de africanos y cacao. Pero recibe una visita inesperada: su ahijada Blanca. La madre de la chica ha muerto, y debe de hacerse cargo de ella. Luego que si los bautizos. A Lucrecia le da igual y la manda por donde ha venido, está muy ocupada organizando una chocolatada en Palacio para los mercaderes más importantes del país. Firmarán unos acuerdos con ella, y ella ni siquiera ha pisado todavía África.
El problema es que nada más probar el chocolate, todos mueren. Todos no, claro. Lucrecia se libra por que fue a cambiarse el vestido, manchado por un tropezón con Blanca. ¿Hernán? ¿Has sido tú? Parece que no, pero está claro que alguien no quiere que siga con su empresa. El chocolate estaba envenenado, y ahora tienen que deshacerse de los cadáveres sin levantar sospechas.
Hernán planea meterlos en un carruaje y despeñarlos por ahí. “El cochero hablará.” Pero el Comisario ha pensado en todo: “El cochero irá con ellos.” Entonces la Marquesa se da cuenta de algo fatal: le ha mandado un poco del chocolate al Rey de su parte. Si lo prueba, morirá. Y por poco mueren, hasta Carlos, el hijo del Rey.
Se libran porque la criada lo prueba poco después de servirlo. Lucrecia iba de camino con Catalina, pero ella le confiesa que olvidó poner la nota así que el Rey no sabe que fue ella quién lo envió. Afligida, queda muy sorprendida ante la reacción de la Marquesa, que vuelve a Palacio muy aliviada. Catalina no sabe que le ha salvado la vida.
Una vez que Lucrecia se ha vuelto a librar, por los pelos, decide encargarse de Blanca y manda a uno de sus criados a dejarla abandonada en el bosque. Lo que pasa es que la niña es muy lista, y se presenta en su cuarto la mañana siguiente diciéndole que ha podido encontrar el camino de vuelta. La verdad es que tienen razón, da miedo. Además, cuando Lucrecia se sube a una silla para alcanzar una muñeca de Blanca, ésta la empuja hacia una ventana y casi cae. Qué sospechoso todo.
Más tarde vemos a la niña poniendo unos polvos blancos en el agua, y a Hernán disparando para evitar que la Marquesa bebiese. Así que es Blanca quien envenenó a los mercaderes. Tenía el veneno escondido. Y descubren que mató a su madre. Es la asesina de la muñeca.
Margarita continúa cuidando de Adrián, eso sí, como medio monja que es ahora. Está muy débil, pero es curioso que ella no haya dicho que es monseñor. Él es consciente de quién ha intentado matarle, pero también se lo calla. Y además le pide a ella que siga mintiendo. El Cardenal lo volvería a intentar.
Por fin nos enteramos de que Irene sigue viva. Llevaba mucho tiempo sin salir. Va a ver a Margarita: tiene una carta de parte de Catalina. Cosas de la serie, se encuentra con Adrián, aunque dudo que el Monseñor sepa que es la sobrina del Cardenal. Margarita se lo cuenta cuando le pregunta quién es. Y es cuando él confiesa.
Precisamente, Irene va a hablar con su tío que, precisamente, va al convento donde está Margarita a confesar a las monjas. Qué casualidad. ¿Estará a salvo el Monseñor? ¿Descubrirá su paradero el cardenal Mendoza? El caso es que tiene que confesar a Margarita, y sabiendo que es quien disparó a Adrián… Menos mal que logra esconder al Monseñor a tiempo.
Pero después de tantos líos, de tanto mar y tanto Cardenal. Llega el momento que tanto ha esperado cualquier seguidor de Águila Roja: la declaración de amor. 80 capítulos han pasado, pero las consecuencias de esto resonarán muchos más. Gonzalo se presenta en el convento y le pide matrimonio a Margarita. ¿Lo está haciendo de verdad? ¿No está drogado? ¿Ni soñando? Sí, lo está haciendo. Acaba de hincar rodilla en suelo y se está proponiendo. Pero los guionistas, como decía al principio, nos la tienen jugada.
Margarita dice no. “Durante toda mi vida he esperado que llegase este momento”. Y dices no. Esta mujer tiene un problema. Y el caso es que el anillo se lo pone. Una tuna y os digo yo que acepta. “Nuestro tiempo se acabó, Gonzalo”. No quiere sufrir más, ha tomado una decisión, lo siente y ZAS aparece el Monseñor en pleno momento cumbre. El Águila se ha quedado sin plumas, sin palabras, sin Margarita.
Pero aún queda una sorpresa final. Una traca, un frenesí de luces y color. En pleno duelo ante el rechazo, se presenta en la habitación de Gonzalo directamente Lucrecia. “Pasaba por el barrio”. Son viejos amigos, sí. Y se besan, y él suela el anillo, y la Marquesa se va a liar con el único que le faltaba de la familia y yo ya no puedo más.
En el próximo episodio: