Quien desee analizar cómo se manipula una entrevista puede revisar en la página de TVE el agresivo interrogatorio al que sometió la periodista Ana Pastor a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.
Por la acometividad de Pastor puede asegurarse que nunca la votó. Tampoco lo hizo este cronista que, como observador neutral, descubrió una presentadora decidida a destrozar a su invitada por razones personales, o porque obedecía órdenes.
Si el cronista quisiera cazar a Aguirre, usaría cartuchos con postas y cepos para osos parecidos a los de Pastor: trataría de que dijera qué es lo que le gusta del “Tea Party”, movimiento radical-conservador estadounidense, e impediría que explicara lo que le disgusta.
La “Lideresa” dijo que le atraían tres propuestas de ese pensamiento popular inspirado en el momento fundacional de EE.UU.: menos impuestos, menos Gobierno y más patriotismo.
Aguirre es tolerante en costumbres y liberal en economía. Pero como se trataba de vincularla al “Tea Party”, la presentadora desvió rápidamente el tiro para evitar que dijera lo que le disgusta, y planteó otro tema: ¿Cómo se llamaría algo así en España? Aguirre contestó, bromeando, que “Café Party”.
En otras entrevistas la presidenta había advertido que le disgustan muchos aspectos de los “Tea Party”, especialmente su homofobia, pero cazada por los disparos de postas, y presa del cepo, no explicó todo lo que pensaba, que era lo que buscaba Pastor.
“Aguirre quiere crear un peligroso Tea Party español, el Café Party”, titularon los medios izquierdistas que recibieron los favores de Zapatero con concesiones televisivas y publicitarias, mientras que Aguirre le daba a sus competidores derechistas sus concesiones en Madrid.
La guerra contra la “Lideresa” es solamente por licencias de radios, televisiones, y publicidad institucional: por eso Aguirre da pánico.
Si fuera amistosa con la izquierda, como Gallardón, no la molestarían, aunque sí lo harían los duros de su partido.