![Aguirre, la cólera de la condesa Aguirre, la cólera de la condesa](http://m1.paperblog.com/i/253/2533643/aguirre-colera-condesa-L-LMUaWE.png)
Aparcar momentáneamente en lugar prohibido no es un delito de lesa humanidad, sino una falta que a diario comete cualquiera que conduzca un coche por nuestras ciudades atascadas de un tráfico intenso y sin apenas lugar donde estacionar. Las dobles fila, la invasión de las aceras, saltarse los semáforos en ámbar, circular por carriles restringidos, no respetar los límites de velocidad, aparcar en zona azul sin ticket o excediendo el tiempo abonado, y hasta hacer giros o maniobras prohibidas son, en puridad, actos rechazables y castigados por la autoridad municipal, pero que contribuyen a agilizar la circulación. Cierto caos posibilita un orden más eficaz.
Sin embargo, Esperanza Aguirre, cazada “in fraganti” por la policía con su coche detenido en un carril bus para sacar dinero de un cajero automático, no admite ser objeto de castigo por la falta cometida. Se considera un personaje por encima de las normas que ella misma estaba obligada a respetar y se deja llevar por la ira, la cólera de la condesa que teme la inmortalización del suceso en una fotografía que perjudique su imagen pública. Acusa a los policías de machistas, de urdidores de una trama contra ella y de abuso de autoridad. Y emprende la huida, sin querer firmar la multa, arrasando con su vehículo una motocicleta de los agentes. Provoca, con su reacción, un espectáculo de mayor relieve mediático que el de la simple amonestación por una falta de circulación.
Y deja entrever su verdadera personalidad: la de una persona engreída, soberbia y violenta, rasgos muy alejados a los de su imagen pública, tan cultivada y mimada por ella. Y es que el poderoso se cree su poder, confía en su poder y exhibe en situaciones límite su poder. Piensa que todo le es posible y todo le está permitido porque siempre ha actuado así, consiguiendo imponer su voluntad en el ejercicio de sus diferentes cometidos en la política. Ha criticado a propios y adversarios, ha amparado a delincuentes probados e imputados y se ha enfrentado a quienes representaban un peligro a su autoridad y ambición.
En definitiva, se ha conducido como Lope de Aguirre en busca de El Dorado, avasallando e ignorando los límites que a todos obligan: respetar la ley. Se ha dejando llevar por la cólera de Dios por una simple multa. Su ira le ha hecho caer la careta.