Cecilia
«”A cada paso que piso”, doctora, “un paso menos que dar”, cantaba Cecilia. Lo malo, doctora, es pasos, ¿hacia dónde? Porque, oiga, estos días veo a mis congéneres dar un paso, y de repente se abre ante él, o ante ella, en plena calle, un abismo negro y sin fondo y, ¡pumba!, se lo zampa. Y mira que el congénere aquel o aquella iba prevenido y preparado para la catástrofe, pero pal fondo que se ha ido sin decir amén. “¡Otro que ha caído!”, pienso mientras me arrebujo en mi existencia, no vaya a ser que también se la zampe ese negro agujero. Porque, oiga doctora, usted que es tan lista, con esos doctorados y esos másteres que orlan su trayectoria, ¿dónde van a parar todas las ilusiones y todos los sueños, todas las vidas que se está comiendo esta puta crisis sin eructar siquiera? ¿Alguien lo sabe? Antes íbamos al cielo o al infierno, pero ahora parece que acabamos vagando todos en un limbo incierto, como los satélites sin uso que forman cadenas de basura interestelar alrededor de nuestro planeta, sin volver a emitir jamás señales.»