Revista Cultura y Ocio
De lo que se trata es de que el camino sea largo, como pedía hermosamente Kavafis. En el resto, hay una certeza cartesiana. Está la casilla de entrada y la de salida. En la travesía, a beneficio de viajante, un sinfín de posibilidades. Algunas colman, sacian, conducen a quien las siente a la imborrable sensación de que se ha encontrado cierto equilibrio, una especie de armonía entre el cosmos y el alma en la que se encuentran la paz y el amor, todo así en plan new age urgente, pero útil al propósito que nos ocupa. Otras devastan hasta el desmayo sináptico. Quienes las padecen adquieren también una sensación imborrable en la que no quieran encontrar ni equilibrio ni armonía, en donde el cosmos es una dura plancha de acero sobre la cabeza y el alma, un vaciadero, un imán para la desdicha, un arrumbadero con ínfulas metafísicas. Luego están los felices términos medios. En ellos se obra el prodigio diario de vivir. Uno no va a saltos, locamente, al invariable fin de la partida sino que se demora en el laberinto desplegado al efecto. Los que saben del apaño confían a los que no sabemos la teoría de que uno es feliz mientras no piensa si lo es o no. Que cuanto más enmarañamos los sesos con pesadas cogitaciones, más caemos en la tristeza, en la pesadumbre, en el desafecto, en fin, en todas esas cosas terribles que anulan el buen ánimo. Este mismo texto, mientras lo escribo y lo lees, tampoco favorece a que los dos alcancemos esa armonia tan buscada. O sí. Tal vez un poco de filosofía convenga al paseo. Filosofía doméstica, claro. De la que no trasciende más de lo que se le encomienda. Como si ponemos post-its en el frigorífico y los leemos con esmero cada mañana, antes de abrirlo y servirnos un vaso grande de zumo de naranja con pulpa. Ah la pulpa, la vieja y dulce pulpa reparadora.. Qué placer la pulpa en la lengua. Con qué dulce lentitud nos atraviesa la garganta.