Ella las miraba, brillantes y resplandecientes. Ahí estaban, en el cuello de aquella señora, en sus manos, en sus dedos y en sus orejas…
Le preguntó de dónde las había sacado y la señora le dijo:
- Niña, esto es algo demasiado valioso para ti, además es muy difícil de conseguir y sólo unos pocos las pueden tener. -
La niña se fue a casa extrañada y al llegar la noche pensó:
- Pobre señora, no se ha dado cuenta que el cielo está lleno.-