Revista Opinión

Ahmadineyad

Publicado el 07 agosto 2010 por Rbesonias
Ahmadineyad
No acabo de creerme que un personajillo como éste pueda tener tan mala leche, aunque, pensándolo bien, del perro chico me libre Dios. Cuando observo a este político con nombre de elefante, dientes profiden, metro y medio, ojos tuertos y barba de unos días, farfullar tras el atril amenazas contra Occidente, no me explico cómo sus compatriotas pudieron elegir a este mastuerzo como líder.
Dicen los politólogos que quizá se deba a su origen humilde. Es hijo de un herrero, lo cual no me sorprende. Su lema político bien podría resumirse en "si puedes conseguir tu objetivo golpeando, ¿por qué acariciar?". Ya de mozuelo universitario, Ahmadineyad bebía los vientos por el ayatolá Jomeini, otra viborilla que parecía un dulce abuelete, pero se las gastaba arengando a su pueblo a hacer la guerra santa (eufemismo con el que los fundamentalistas justifican sus asesinatos). Su paso por una guerrilla paramilitar le granjeó amistades en las altas esferas, pasando en poco tiempo a ser gobernador y más tarde alcalde de Teherán. Ya por entonces se le veía venir su ramalazo conservador. Promulgó leyes culturales que segregaban a hombres y mujeres en los ascensores gubernamentales e impidió que los establecimientos de comida rápida -USA style- se expandieran por la ciudad. Pudo apoyar al reformista Jatami -artífice, por cierto, de la idea del diálogo entre civilizaciones-, pero no. Decidió tirar por el atajo populista de soliviantar al respetable, haciendo de Occidente un enemigo, lo cual supone para Irán otra vuelta a la edad de piedra.

Ahmadineyad ganó las elecciones de 2005 en segunda vuelta. La cosa no estaba muy clara. El ideal de tolerancia que Jatami intentó difundir en Irán se revelaría muy pronto como un incauto espejismo, elevando el tono ultraconservador de los comicios, repartidos entre dos facciones de australopitecos de la que saldría al final vencedor el espécimen menos esperado. Estados Unidos declaró fraudulento el proceso electoral, pero de nada sirvió desgañitarse. El ayatolá Alí Jameini tenía ya echadas sus cuentas. Mahmud, el pequeño hijo del herrero, le vendría de perlas para reconstruir su proyecto de un Irán puro y fuerte, celoso de Dios.
Las orejas no tardaron de vérsele al lobo. Muy pronto Ahmadineyad dejó claro a Occidente que él dirigía una nación soberana, en iguales condiciones que cualquier hijo de vecino, y que si querían dialogar, pues bueno, pero a tras de suelo, sin imposiciones ni bajada de pantalones. Reactivó el programa de creación de armas nucleares -para fines pacíficos, dice el mentecato- en un momento en el que Occidente está intentando limitar su número a través de un tratado de no proliferación. De escuchar a Washington, nada de nada, pese a las sanciones que recaen sobre su país (quinto productor mundial de crudo). "Dicen que aplicarán sanciones. Que lo hagan. ¿Cuántas resoluciones han emitido hasta ahora? ¿Cuatro? Que hagan 4.000".
Sin embargo, salir en la tele es algo a lo que no le hace ascos. No hace mucho, Ahmadineyad propuso
a Obama unirse a un debate en el que podrían hablar largo y tendido sobre cómo solucionar los problemas del mundo. El pequeño Mahmud quiere medirse con el mundo -¿sentimiento de inferioridad?-, demostrar que puede representar una amenaza y que no se doblegará ante los intereses de Occidente. No le faltan redaños al retaco, ni vocación de showman.
"Es posible y nosotros lo podemos hacer", rezaba su última campaña electoral en 2009. Ahmadineyad sueña despierto poder llegar a convertir a Irán en una superpotencia mundial, a la altura de su antagonista yanqui. La pregunta es: ¿a costa de qué? En cualquier caso, le quedan dos telediarios para hacer de su capa un sayo. La legislación iraní limita a dos legislaturas el tiempo que puede mantenerse un líder en el poder. Aunque al paso que va, quizá siga la senda de Chávez y haga y deshaga a su gusto la mecánica electoral de su país.
Su discurso es contradictorio, lo que lo hace peligroso, impredecible. Con un ojo mira a Antequera, con el otro, Dios sabe.
El reciente intento de magnicidio contra su persona -un acto calculado de maquillaje político, para algunos analistas- le ha dado alas y no ha tardado en largar por esa boca escarnios contra Israel, su enemigo preferido, creciendo así su aura megalómana y autosuficiente. Mahmudse me antoja un desvencijado Ricardo III, herido por la huella de su discapacidad. “Pues bien, ya que no puedo actuar como un amante, para matar el tedio de estos tiempos galantes he decidido actuar como un villano y abominar de los huecos placeres de la moda. Urdí conspiraciones, indicios peligrosos, valiéndome de absurdas profecías, de sueños y libelos..." (Ricardo III, W. Shakespeare, 1597). Ya se sabe, con la piel del animal herido hace la fortuna su abrigo.

Ramón Besonías Román

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