De la rueda de prensa de Pedro Sánchez me ha llamado la atención algo que, con toda seguridad, ha pasado desapercibido. Atento todo el mundo a lo “sustancial” -lo que da espesura al caldo-, no le hemos dado relevancia a lo que realmente nos estamos jugando: la suerte de lo nuevo contra lo viejo.
Escuchando atento las explicaciones de Sánchez, llegado el turno de preguntas me sentí estremecido por la risa del veterano periodistas de El país, Miguel Ángel Aguilar, que pelea ahora -nunca mejor dicho- por sacar adelante un medio que cuente lo que, al parecer, no le ha permitido contar El país en los últimos decenios. Le deseo, sin una pizca de ironía, toda la suerte porque es una exigencia urgente más prensa y más libre. También de prejuicios. Pero eso lo lograremos cuando haya muchos más medios y la impunidad sea una imposibilidad principalmente porque la hagan inviable los lectores.
Digo que me ha estremecido porque todo discurría por cauces de normalidad, dentro de la excepcionalidad que abrió el Rey al interpretar de manera torticera del artículo 99.1 con la única intención de darle oxígeno a Rajoy. Sánchez acepta el mandato de formar gobierno y explica sus razones. Intenta ganar tiempo -pide un mes de plazo- y dice que va a mirar a la derecha, a la izquierda, a los lados y al frente. Porque mirar hacia atrás siempre se supone. Sánchez puede hacer historia o repetir el error de Zapatero. Ya veremos.
Y en esas, Aguilar, con esa socarronería que da la hora ya avanzada, pregunta displicente por la propuesta de Iglesias de discutir la formación del Gobierno delante de la ciudadanía. Se recrea en los matices, mece la cuestión con vapores irónicos, y hace chistes de barra de bar, recordando que los convenios colectivos e, incluso las relaciones amorosas, reclaman una zona de penumbra para que sindicalistas y enamorados culminen los respectivos actos. Y logra la risa de Pedro Sánchez y de parte de los presentes. Qué divertido. Hay que ver estos cretinos de Podemos las cosas que piden. Autoritarios además, que quieren resucitar el panóptico de Bentham, que para eso son politólogos y se saben todos los trucos. ¿Otra vez el mismo desprecio desde filas similares? La falta de respeto de una vieja guardia tertuliana parece que quiere convertirse en la norma.
Muchos años de periodismo le han permitido a Aguilar ver desde la tribuna de prensa del Congreso de los diputados y saber que allí, con luz y taquígrafos, discutir discutir se discute poco. Colocar a Podemos en el “gallinero” va de lo mismo: lo que no se ve, hacemos como que no existe. Sol Gallego -damnificada por los ERE de El país cuando Aguilar aún no encontraba discrepancias entre la línea editoral de su periódico y sus propias opiniones- escribió con Bonifacio de la Cuadra un libro sobre las negociaciones secretas de la Constitución. Abril Martorell y Guerra cerraron cosas nimias, como la educación concertada -contrabandeada a cambio del divorcio y el voto a los 18 años- en el reservado de un restaurante madrileño. Como siempre hemos hecho aquí las cosas. Mire, joven, no se signifique. Y los experimentos con gaseosa. Y más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Y el Presidente del gobierno no dimite, en este país bendito tan divertido, pese a mandarle mensajes a un corrupto, haber pagado la sede con dinero B, tener a su partido imputado al igual que todos sus tesoreros o lograr en la cárcel un quorum de dirigentes que dudo hayan logrado en las reuniones del PP en Valencia. ¿Para qué demonios vamos a cambiar las cosas? Mejor si eso nos echamos unas risas. A costa de los gilipollas de Podemos, que si somos los mejores bueno y qué y ponnos otra ronda que ésta va a mi cuenta.
Iglesias ha pedido a Sánchez que la discusión sea pública. Que toda la ciudadanía escuche argumentos y contra argumentos. Que la gente sepa cuáles son las líneas rojas y quién las pone realmente. Iglesias le pide a Sánchez debatir en público para que quede claro que las propuestas sociales que ha puesto encima de la mesa -muy sensatas la mayoría- son irrealizables con un pacto con Ciudadanos. Y porque el papel lo resiste todo, y si no hay acuerdos de personas no se va a llevar a cabo lo que se firme. Y porque hay demasiada gente sufriendo que tiene derecho a ver cómo se discute sobre su futuro. La propuesta de Iglesias merece, cuando menos, ser discutida. Porque incorpora una manera diferente de hacer las cosas. Pero la vieja guardia del periodismo, acariciando el mundo de ayer sin la altura de Zweig, se echan unas risas que para eso van sobrados de todo. Sigo sorprendiéndome. Decía Borges que era señal de juventud, aunque cada vez pienso más que es una señal de ingenuidad. Mía, claro.