Revista Diario
Estaba viendo Aída y al escuchar en la canción de cabecera la frase "ahora decido yo por donde ando" automáticamente he pensado en mi niño.
Desde que descubrió que de la manita podía recorrer mundo, no quiere hacer otra cosa. Para el poco tiempo que lleva andando cogido de una sola mano creo que se recorre distancias bastante grandes y va todo el rato riendo y dando grititos, feliz de la vida. Hasta ahí bien, incluso aunque esto haya supuesto que el carro le gusta cada vez menos.
El "problema" es que el que decide por dónde anda es él. Lo mismo da vueltas que se lanza corriendo a ver algo que le ha llamado la atención o que de pronto se gira sobre si mismo y vuelve por donde ha venido. Estando en casa puede ser mareante, pero tiene su pase. Lo complicado viene en la calle, donde es imposible caminar con un destino prefijado. Estuvimos en el centro dando una vuelta y se empeñó en ir andando desde que bajamos del coche, por nosotros no hay problema. Pero, claro, el destino era entrar en el Corte Inglés y en cuanto se vió en la calle Preciados llena de gente y escaparates, se volvió loquito. Que si voy para un lado, que si voy para el otro, que si el perro que pasa, que si el escaparate de esa tienda tiene un corazón enorme, que si esa joyería me ha llamado la atención...
Al final acabamos con el niño a cuestas. Porque como le intentes obligar a ir por un camino que no quiere, automáticamente se pone de rodillas o se sienta en el suelo y le falta encadenarse, se niega incluso a ponerse de pie. ¡Menudo carácter tiene mi niño!.
Ya me estoy haciendo a la idea de cómo va a ser cuando se de cuenta de que puede andar sin ayuda de nadie y dirigirse donde le de la gana. ¡Anda que no voy a dar carreras detrás!.