Como todos los chapuceros, sus señorías, ilustrísimas y excelentísimos andan ahora tratando de parchear un acuerdo de mínimos sobre el cacareado asunto de los desahucios. Al margen de sus dramáticas consecuencias en demasiadas ocasiones, éste es un problema surgido entre personas físicas y jurídicas que en un momento dado y voluntariamente llegaron al acuerdo de suscribir un crédito hipotecario para financiar una vivienda.
El trigo y la paja
Cuestiones diferentes son que al hipotecado le hayan ido mal las cosas, como lamentablemente a tantos, o que la familia haya pasado por alguna circunstancia negativa excepcional extrema. Pero también hay demasiados que quisieron comprarse una casa sin muchas perspectivas de futuro y sin haber ahorrado antes casi nada. Nadie les obligó.
Y también hay que distinguir entre que el banco de turno le diera el crédito alegremente, como sucedió ruinosamente tanto, o que les pusiera condiciones abusivas; lo que ha sucedido tantas veces, pero menos en aquellos años del “crédito fácil, entre, vea y elija”, cuando la competencia entre todas las entidades financieras para captar créditos hipotecarios eran feroz. Ahora sería otro cantar.
Agravios
Efectivamente, habría que aliviar la situación de las familias menos favorecidas y con cargas personales de difícil amparo fuera de la vivienda familiar. Y ahí debería intervenir el Estado. Pero cuestión bien distinta es legislar genéricamente para casuísticas derivadas de relaciones económicas privadas originando con sus efectos agravios comparativos enormemente perjudiciales para la generalización de los valores humanos en la sociedad y las buenas costumbres. Que nunca han sido valores reconocidos ni costumbres aconsejables la imprudencia económica ni el gasto excesivo.
Porque, como decía acertadamente el otro día el forero “Delgado” en un comentario a mi anterior colaboración, ¿qué pensarán ahora quienes se dejan la piel para pagar honestamente su vivienda? Habrá muchos que estén en la situación que ahora se ampara y que vean su esfuerzo estéril pudiéndose tomar vacaciones.
¿Y quiénes en lugar de comprar una vivienda decidieran alquilar por mera prudencia en el gasto? Pues dirán que les permitan también a ellos no pagar durante dos años el alquiler por aquello de las circunstancias. ¿O no?
Las chapuzas y los valores
Pero claro, estos disparates son moneda corriente en la generalizada mediocridad actual de nuestros políticos. Acostumbrados, como están, a que el tinglado se mantenga mientras ellos cobren haciendo todo tipo de chapuzas, cuando no cosas peores.
Quienes nos desgobiernan ahora y los que se oponen para conseguir desgobernarnos después, que aunque parezcan distintos son casi todos iguales, son la peor lacra política que ha mamoneado a nuestra querida España y sus derivadas desde que se implantó la actual ‘partitocracia’ allá por 1.978.
En lugar de hacer políticas que nos ayuden a madurar democráticamente en base a una libertad con mayúscula basada en la plena responsabilidad de nuestros actos y poniendo al Estado al servicio del progreso, se dedican a chapucear los valores que deberían procurarnos avanzar en esa dirección y a engancharse ellos y sus paniaguados a las ubres estatales sangrándonos hasta la desesperación con impuestos de todo tipo para mantener sus estatus.
Otro ejemplo con sangre
Miren, si no, el ejemplo de esa sociedad pública del ayuntamiento de Madrid, por poner uno sólo y de actualidad – hay miles en todo el Estado- que mantiene decenas de gerentes, docenas de empleados y centenares de millones de presupuesto y púas, dedicada a alquilar media docena de locales públicos – por muy grandes que sean- otra media docena de veces al año. ¿Es que no hay funcionarios de carrera en tal institución que podrían llevar con la gorra un negociado – ni siquiera departamento ni concejalía- de ese mini calibre? Pero claro, es más fácil sangrar a los ciudadanos con impuestos y tasas mil que largar a los enchufados “por si acaso saben cosas con papeles, las cuentan y se nos pueda ver el culete”. Esta clave se les escapó hace poco a dos ilustres diputados hablando por lo bajini en el Congreso; uno popular y otro socialista. Y así en la mayoría de CCAA y Ayuntamientos.
La Ley Hipotecaria, que data de 1.909, habría que cambiarla, ¡claro que sí!, pero no ahora porque haya tenido consecuencias dramáticas dadas las circunstancias, sino que hace mucho tiempo se debería haber abordado.
Y la limpia de las miles de sociedades públicas, fundaciones, etc., absolutamente estériles, también, que a ello se comprometió ese defraudador de tantas esperanzas que atiende por Rajoy. Y tantas otras cosas.
La cansera
Dirigir el futuro cambiando estructuras obsoletas lo hacen los estadistas: grandes políticos. Arruinar el presente viviendo de las chapuzas lo hacen los partidistas: polítiquillos de baja estofa.
¿Se imaginan ustedes a nuestros lumbreras políticos actuales, o los más recientes, dirigiendo cualquier empresa? Grande, mediana o pequeña, sería igual; como también han demostrado largamente. Véanse muchas Cajas de Ahorro y multitud de empresas públicas como desgraciados ejemplos. Unos inútiles, en su mayoría.
Y claro, así estamos: arruinados. Quien tiene posibles echándose mano a la cartera por si el Estado se la termina de pulir; cuando no robar. Los PYME con unas ganas locas de echar la persiana hartos de que los chuleen con todo tipo de inspecciones sangrantes. Y muchos de ellos y autónomos pasándose a la economía sumergida porque no hay manera. Los parados, sin esperanza alguna de encontrar trabajo. Los comedores sociales llenos. Los jóvenes que pueden largándose adonde se les valore. Y nuestros socios europeos y el mundo señalándonos asombrados.
¿Qué dónde están los descastados de la Casta? Pues en sus elecciones, sus referéndum, sus trinques por ciento y buscando criminalmente nuestro dinero hasta debajo de las piedras. El mayor problema es que te robe un tonto: te, y se arruinará. El listo permitirá que sigas ganado dinero en su beneficio.
Deberá haber más suicidios, o cosas peores, si cabe, para que intenten hacer algo de provecho. ¡Qué cansera… de políticos! Como diría el admirado poeta murciano de Archena Vicente Medina.