Revista Cine
Un tipo llega a un restaurante, metralleta en mano, a pedir la cuota de la protección y a alguien se le va una bala. Un adolescente que ni la debe ni la teme es asesinado por unos encapuchados en moto. Un intercambio de drogas por dinero termina en previsible tracatera. ¿Y el Estado? Bien, gracias.No, no estamos en Juárez, Matamoros, Tijuana o Monterrey, sino en Ajami, un barrio bravo de Jaffa, a unos cuantos minutos de Tel Aviv. Ahí, conviven y con-mueren palestinos e israelíes, sean cristianos, musulmanes o judíos. Todas sus vidas y muertes están entrelazadas. Se deben muchos agravios entre ellos y alguien siempre está dispuesto a cobrarlos.Dirigida a cuatro manos por el palestino de Jaffa, Scandar Copti, y el israelí de Tel Aviv, Yaron Shani, Ajami (Ídem, Israel-Alemania, 2009) fue filmada en el barrio homónimo de Palestina, con un reparto de actores no profesionales que viven en ese sitio y con diálogos que fueron, en alguna medida, improvisados/escritos por los propios actores amateurs.El resultado es un absorbente drama social y criminal que, en cuatro capítulos y un epílogo, expone los implacables resortes de poder, la fatalidad de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, los ríos de resentimientos que corren por debajo de un barrio como Ajami, la prisión personal de la que no se puede huir llamada familia o tradición…Con una trama asincrónica a la manera de las filmadas por nuestra dupla ya tronada Iñárritu/Arriaga, en Ajami vemos avanzar las tragedias personales de Omar (Shahir Kabaha), un joven condenado a muerte por unos beduinos malandrines; del adolescente Malek (Ibrahim Frege), que está desesperado por estar lejos de su madre enferma; del policía israelí Dando (Eran Naim), cuyo hermano soldado ha sido ejecutado por palestinos; y del tranquilo árabe Binj (el codirector Copti), quien no desea más que lo dejen en paz para irse a vivir con su novia judía.La competente cámara en mano de Boaz Yehonatan Yaacov no descansa un instante, mientras el brillante montaje elaborado por los dos cineastas –autores también del guión- no deja un solo cabo suelto. Sí, es cierto, el filme adolece de un exceso de fatalismo, pero si se vive en un lugar como el que se describe en Ajami, ¿hay espacio para ser optimista?