Revista Viajes
Nuestra siguiente parada en Islandia la realizamos en uno de los lugares más septentrionales de toda la isla, y concretamente en la considerada capital del norte; Akureyri. A pesar de este importante título no oficial, la ciudad no llega siquiera a los 20.000 habitantes, pero está localizada en un maravilloso paraje, justo al final del fiordo Eyjafjörour y rodeado por montañas que en algunos casos superan los 1.000 metros de altura. Con esta posición geográfica tan especial, parte de la pista de aterrizaje del pequeño aeropuerto de la ciudad discurre en terreno ganado al fiordo debido a la falta de terreno llano, y también disfruta del clima más benigno de Islandia, pudiéndose alcanzar en los meses de verano temperaturas que rondan los 20 grados centígrados a pesar de encontrarse a tan solo 60 kilómetros del Círculo Polar Ártico.
Llegar a Akureyrinavegando a través del fiordo más extenso de Islandia es una oportunidad única de contemplar en todo su esplendor el formidable paisaje que rodea a esta pequeña ciudad. A pesar de que estábamos a mediados de julio, todo el circo de montañas que abrazan a Akureyri estaban nevadas en una gran parte y daba a todo el conjunto una imagen de postal nórdica inolvidable. El tamaño de la ciudad permite recorrerla en su totalidad y disfrutarla por completo en unas pocas horas, toda una ventaja cuando se dispone, precisamente, de unas horas de tiempo para visitarla.
El HOF, el centro social y cultural de Akureyri a pie del puerto de la ciudad, es un edificio de arquitectura moderna de planta circular y belleza singular. Muy del gusto de la nueva Islandia más vanguardista, dinámica y abierta al mundo.
Desde el horizonte del puerto, uno de los edificios que más llaman la atención al estar levantado sobre una pequeña colina es la iglesia luterana Akureyrarkirja. Accedimos a ella después de subir una larga escalinata flanqueada por dos cuidadas hileras de flores, y ya en el interior pudimos comprobar también la sobriedad de su ornamentación más allá de alguna maqueta de barco en miniatura colgada de su techo.
El jardín botánico es otra de las visitas interesantes que se pueden hacer en Akureyri. Un paseo a través de sus caminos de piedra nos sirvió para conocer y observar muchas de las plantas y flores de la isla de Islandia, y también algunas otras de las regiones árticas. En jardín botánico Lystigaröur posee más de 400 especies diferentes de plantas, y es el más septentrional del planeta. Akureyri también presume de tener el campo de golf más al norte del mundo, y en él se celebra un prestigioso torneo anual de golf.
En el mismo centro urbano fuimos a parar al Museo de Arte de Akureyri, el Listasafn. Ahora ha sido fusionado con el Centro Cultural, pero el museo ha sido el buque insignia de la actividad cultural en Akureyri durante las dos últimas décadas.
A lo largo del paseo que dimos por las partes más elevadas de Akureyri pudimos disfrutar de unas vistas realmente bellas, así como huir del bullicio que proporcionaban a las calles más céntricas los dos cruceros atracados en la ciudad. En esa parte residencial de Akureyri la vida pasa pausada sin apenas circulación de vehículos, y casi sin cruzarnos con gentes.
Los últimos momentos en Akureyri los pasamos recorriendo el coqueto y compacto centro urbano. Este se encontraba bien animado, y en él se concentraban la mayor parte de los comercios y de los bares y cafés de la ciudad, muchos de ellos con wifi gratuito, donde pudimos tomar un café caliente y disfrutar viendo pasar a la gente. Siguiendo el gusto de otras ciudades islandesas como Reykjavik, en las calles de Akureyri nos cruzamos con diversas esculturas fundidas en bronce, y en el caso de la calle principal , de una especie de "trolls" enormes de dudoso gusto.
Una de las características de la ciudad de Akureyri son sus coloridas casas que dan color, y alegría sobre todo, en los largos y oscuros inviernos propios del Círculo Polar Ártico. Muchas de las viviendas unifamiliares datan de principios del siglo pasado, y están impecablemente mantenidas y cuidadas, además de conjuntadas con sus pequeñas vallas de madera delimitando los jardines.
Las aves disfrutan enormemente de los veranos árticos.
Camino de embarcar de nuevo en el Infinity pudimos echar una ojeada al pequeño puerto deportivo
Estos fueron nuestros últimos momento en tierras islandesas. Estábamos a punto de embarcar en el Infinty, así que aproveché el momento para tomar una última fotografía del crucero en Islandia.
Mientras iniciábamos la maniobra de desatraque en mitad de un fuerte vendaval, desde el balcón de nuestro camarote pudimos disfrutar de unas fabulosas vistas panorámicas de la ciudad de Akureyri y de su precioso entorno montañoso. Comenzábamos la navegación a lo largo del maravilloso fiordo de Eyjafjörour.
Algunas granjas salpicaban las orillas del fiordo Eyjafjörour. Por la posición tan resguardada de la ciudad de Akureyri y del propio fiordo al estar rodeado de montañas que los protegen de las condiciones meteorológicas más adversas, tanto la ganadería como la agricultura se practica con bastante éxito para estar en una latitud tan septentrional.
A lo largo de la navegación por el fiordo Eyjafjörour tuvimos la suerte de poder observar en la lejanía algunos ejemplares de ballena jugueteando con la superficie del mar. También pudimos contemplar fugazmente alguna bandada de delfines, y sobre todo muchos "araos comunes", esos pajarillos acuáticos de estética parecida a los pingüinos, que nadaban despavoridos lejos de la proa del Celebrity Infinity.
Una vez dejamos atrás el fiordo, el Infinity se metió de lleno nuevamente en la navegación por el Océano Ártico, cruzando a su vez la línea imaginaria del Círculo Polar Ártico. Puede llegar a parecer increíble pero estábamos en mitad del Océano Ártico y yo estuve tomando el sol en manga corta en el balcón de nuestro camarote. Algo que no podía ni imaginar antes de iniciar el crucero.
El colofón final de este grandísimo día de navegación por el Océano Ártico lo puso el maravilloso sol de medianoche que nos acompañó, precisamente, toda la noche. Momentos inolvidables.
Mientras, en el otro costado del barco, una gran e imponente luna llena parecía querer competir en belleza con el magnífico sol de medianoche. Casualmente ese día pudimos deleitarnos con estos dos grandiosos espectáculos de la naturaleza, para nuestra fortuna y disfrute visual.
Antes de acostarnos, ya de madrugada y con unos suaves 15 grados centígrados, un último vistazo al canal de navegación del barco. El Infinity ya navegaba rumbo sureste en busca del Mar de Noruega y del Fiordo de Geiranger, la siguiente escala de este maravilloso crucero.