MARYCLEN STELLING.
Dos asuntos relacionados con la salud física del país y la moral social han acaparado últimamente la atención de medios, políticos y la ciudadanía en general. La gripe AH1N1 y graves expresiones de “uso arbitrario del poder” irrumpen violentamente en el escenario nacional y, en razón de su propia importancia y del manejo mediático, se convierten temas políticos dominantes de casos de corrupción. Un estudioso del problema afirma que “corrupto es todo comportamiento que, de hacerse de conocimiento público, conduciría a un escándalo”. El manejo público de la gripe AH1N1 pasa por el tamiz de la trinchera política, y la percepción ciudadana de la gravedad es afectada por la proximidad política de la fuente de información y del medio en cuestión. Infectólogos denuncian desde medios privados de oposición que “La gripe ya es epidemia en Venezuela”. ¿Escándalo y corrupción? La ministra de la Salud, Isabel Iturria, llama a la calma …y a no generar “alarma” en torno a una situación que “cualquier epidemiólogo sabe que no tiene razón de ser…”. Casos recientes de conocimiento público como Cadivi, Bandes, Indepabis, constituyen claras situaciones de uso ilegitimo del poder público para el beneficio privado, conocidos y asociados por la ciudadanía con corrupción. Prueba fehaciente de que el “escándalo es la manifestación de la corrupción, y sin escándalo no hay corrupción”. En ese panorama altamente sensible al escándalo, surge el caso Mario Silva que ha desatado en el sector bolivariano una gama de interpretaciones y sentimientos encontrados en torno a la veracidad del video. Por el contrario, la oposición está absolutamente convencida de que la “grabación desvela división y corrupción entre el chavismo”. La confrontación se traslada a la guerra de los videos, curiosamente acompañada de una suerte de cruzada moral en la que actores de ambos bandos políticos cual adalides morales afirman estar exentos de culpa y por encima de cualquier sospecha. Ello les permite etiquetar de corrupto al adversario. Es momento de abordar abiertamente la corrupción, reconocer y denunciar las formas que reviste: tráfico de influencias, sobornos y extorsiones, malversación, prevaricación y cooptación, compadrazgo, nepotismo y, por supuesto, la impunidad. Es indudable que ello erosiona la credibilidad y legitimidad del Gobierno y nos coloca al borde del abismo.