El gato se quedó mirando la ventana, desde el exterior. Era una tarde fría otoñal, ya comenzaba a oscurecer. En la ventana, como todas las tardes, había luz y las estampadas cortinas no estaban del todo cerradas. El vaho se acumulaba en el cristal y el resplandor de la chimenea se reflejaba, creando baliarinas sombras en la pared tapizada de suaves tonos pastel…
Y se encaramó a la repisa de la ventana, de un salto. Y apoyó su cara en el húmedo vidrio y miró hacia el interior…
Y allí le vio a ella, su verdadero amor. Estaba sentada en el mullido sofá de piel, ante la cálida chimenea. A su lado, en el sofá, estaban sus amadas niñas y ella las acariciaba tiernamente, distraída… ensimismada, tal vez pensando en él. A sus pies dormitaba su fiel perro dálmata y junto a sus rodillas ronrroneaba su precioso gato negro, mirando de reojo a las niñas, mientras notaba la suave mano de ella que acariciaba distraidamente su cuello. En el sillón de enfrente estaba la abuela, que sonreía ante esta maravillosa estampa de amor familiar…
Frente a ellas, en la robusta mesa de madera del acogedor salón había una bandeja repleta de dorados panallets de piñones, hechos por ambas, abuela y nieta, durante toda la tarde, con complicidad y amor. A su lado, un bol lleno de castañas asadas, algunas cáscaras ya vacías y un par de vasos pequeños con moscatel y la botella color miel. La chimenea, con sus luces y sombras bailarinas proyectadas en la ocre pared, daba a todo ello un semblante mágico y amoroso…
El gato, desde fuera en la ventana, olvidó el frío que sentía y esbozó una sincera sonrisa, sintiéndose parte de toda esa bella estampa de amor…
Y permaneció allí, quieto y ensimismado mirando absorto hacia dentro… sin intentar adivinar si todo era un simple sueño o si formaba parte de su soñada realidad! Solo su felino corazón sabía la respuesta…
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